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Espectáculo gratuito en Cala Blanca. Domingo, cinco de septiembre. Actores: un gato y cinco funcionarios, a cargo de la grúa municipal, un camión de bomberos y un patrullero de la policía. Escenario. la copa de un pino, frente a los apartamentos Mar Blanca. Obra: Cala Blanca Mágica.

Nada por aquí, en los bolsillos. Nada por allá, en el horizonte de apertura de las cuevas y nada por… Cala Blanca es sorprendente: el maullido de un gato convoca los servicios del Ayuntamiento, mediante una inquilina que, desde el balcón frente al lugar estelar, con nueve golpes de batuta en el teclado del móvil pone en funcionamiento la banda municipal de emergencias, las balizas luminosas y el coro de sirenas con sordina.

A espectáculo de balde, espectadores garantizados. Pero como nadie sabe el por qué de semejante despliegue escénico, conjeturas y preguntas de curiosos que se suman para adivinar la respuesta correcta. Opciones: para alargar la juerga sabatina algún vecino tiró la llave de casa por la ventana y se quedó colgada como el lanzador; que voló un billete de 50 libras decía uno, y otro retrucaba que los turistas ingleses en Menorca no hacen contrabando de divisas. Pero como a la gente le intrigaba el argumento, pregunta a los que representaban el orden.

Al escuchar que toda esa movilización era por un minino, no triste y azul como el de Roberto Carlos, sino color miel y aspecto relajado, sobre la horquillas de dos ramas, y mirada displicente desde arriba, no da crédito a las palabras del agente, se interroga en su idioma, ¿un gato? ¿one cat? ¿ein katze? ¿uno gatto?, y buscan confirmar con la vista la increíble respuesta. Descubierto el causante, exteriorizan las opiniones. ¿Quién no se enternece ante una mascota en supuesto peligro? Máxime estando en la reserva de la biosfera. Y, por supuesto, también la consiguiente socarronería en el cómo y el por qué había subido: con la escalera de las uñas; que el animalito huyó despavorido de un cocinero oriental y buscó un refugio inalcanzable; que lo habría corrido un perro rabioso; que por negarse a que le pusieran el cascabel, votado por la fabulosa asamblea de ratones, se atrincheró en las alturas.

Tampoco faltaron las soluciones. El expeditivo, alargue eléctrico, manguera y katcher; el depredador, cortar el árbol; el cazador conservacionista, proyectil con anestesia y a recogerlo en la lona; el guerrero, acoso y derribo por hambre y sed. Pero primó el sentido común. La ironía en la pregunta a un bombero, ¿qué haría un payés en esta situación?, y la sinceridad en la contestación avergonzada: a nosotros nos mandaron venir y aquí estamos.

¿Quién puso en marcha semejante operativo? Yo sólo llamé a la policía, se excusó la que anunció el caso, sin ser la dueña. Y de nuevo las conjeturas: la centralita del cuartel habrá consultado a los ecologistas de guardia, a la sociedad protectora de animales, al comando posidonia, a los naturalistas del camino de caballos, a la alemana que alimenta dos veces por día los gatos de la citada urbanización, a los políticos, o vaya usted a saber. Si los caminos del señor son inescrutables, las respuestas de los despachos son inverosímiles y dispendiosas.

A los 40 minutos de sainete se agotó el tiempo de espera a la policía para cortar el tránsito. La grúa entró en acción. El desenlace fue el previsto por el sentido común: si el animal subió, el bajará cuando quiera o lo necesite.

El gato, al ver la amenaza del brazo izado, con la canasta en un extremo, y el agente con pértiga, bajó raudo por el tronco hasta la altura en que pudo saltar al suelo sin lastimarse una pata.

Cala Blanca es mágica pero todavía le falta la ciencia oculta o las palabras que produzcan el fenómeno extraordinario, por lo normal y lógico, de poner fecha a la apertura de las cuevas tras el acuerdo político logrado y el relevamiento geológico concluido. Tarea tan complicada o sencilla como el caso del gato. Dilatar los tiempos es inoperancia o intereses espurios: buscar la quinta pata al gato.