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La conmemoración del aniversario del 11-S se ha vivido este año en el ambiente de tensión generada por el extravagante pastor Terry Jones y la propuesta de construir una mezquita en la mismísima zona cero de Nueva York. La provocación ha sido el ruido de fondo en una cita que, nueve años después, ha de tener otros dos objetivos, el justo recuerdo de las casi tres mil víctimas inocentes del fanatismo y el avance en el camino de la diplomacia como base de las relaciones internacionales entre Oriente y Occidente.

El dolor de la herida causada requiere su espacio y su tiempo de curación y merece todo el respeto y consideración hacia sus familiares, pero las intervenciones armadas que surgieron a raíz de aquel acontecimiento se han mostrado con el paso de los años como una respuesta tan osada en su momento como perjudicial en sus consecuencias. Esa experiencia ha de conducir al diálogo y la convivencia como instrumentos con los que construir la seguridad del futuro. El fundamentalismo que alientan todavía falsos líderes y la confrontación que conlleva siguen siendo el peor enemigo para la paz mundial, amenazada todavía por el terrorismo y la guerra.