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Todo el mundo ha tenido dudas en algún momento. Descartes lo propone como método de conocimiento, la incógnita deriva en un estímulo para el aprendizaje y para el desarrollo personal, conviene cuestionar las cosas carentes de argumentos convincentes. Pero en Estados Unidos van más allá, existe un movimiento de profesionales de la duda que recela hasta de los acontecimientos que narran importantes hitos de la historia. A raíz del aniversario del 11-S y las facilidades de divulgación que ofrece internet, han vuelto a aparecer teorías de la conspiración en las que decenas de arquitectos, físicos e ingenieros, no cuatro iluminados como podría pensarse, sostienen que las torres gemelas fueron demolidas. Es decir, que el segundo avión que se estrellaba en directo ante millones de ojos de todo el mundo era una especie de montaje, el edificio estaba minado de explosivos, según dicen después de analizar el acero fundido de la estructura y el polvo de la destrucción. Bajo sospecha se halla también la veracidad de la llegada del hombre a la Luna. Hay quien sostiene que es fruto de la propaganda del régimen americano en aquellos años de la guerra fría y que la escena que se retransmitió al mundo tenía su foco en el suelo de un desierto. Como juego intelectual resulta entretenido, más que esos concursos de comer huevos duros en una hora que organizan por allí.