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Prácticamente a la vez que el Verge del Toro cerraba definitivamente sus puertas, mi hijo Jorge abría allí y por primera vez sus ojos, igual que lo hiciera años atrás su madre, en ese mismo lugar y con sus mismos ojos. Recuerdo que a los minutos de haber nacido le cogí en brazos y colocándome frente a la ventana quise mostrarle la incomparable belleza que se colaba por ella. Dicen que los recién nacidos no pueden ver, que nacen ciegos, sin embargo yo creí notar como aquella vista, aquel paisaje, esa bella perspectiva del ya de por sí espléndido Port de Maó calibraba la mirada de mi hijo y la pigmentaba. Y lo cierto es que todavía hoy, cuando me mira de cerca y repleto de alegría veo sugerida la extraordinaria vista que saturaba de belleza la ventana.

Ahora tres años y algo más de cinco meses después, el Verge del Toro se desploma a cámara lenta y a ojos cerrados. Sus ventanas, completamente opacas, se deshacen de sus marcos y cristales, a golpe de descuido, aburrimiento, gamberrada y vista gorda. Y así poco a poco, este edificio magnífico, emblemático, este primer lugar de tantos y de partidas, se va borrando del día a día, se difumina, desatendido, ante la pasividad activa de los que deciden no hacer nada, dejando claro que desde el primer día que se cerró el Verge del Toro se ordenó su derribo pero que, tal vez por no herir sensibilidades o por ahorro de costes, en vez de dinamita se optó por el abandono (bastante más barato y algo más sutil). Y ahora vienen gritos a voz baja, entre líneas, que generan rumores, y se habla de que quieren darle vida al edificio, reconvertirlo, justo ahora que se acercan las urnas y quieren llenarlas, algunos prometen como gran cosa y con mucha letra pequeña que se les dará a los menorquines lo que es suyo, esto es, que podrán seguir disfrutando del Verge del Toro ahora (un ahora que no concretan por supuesto) como centro socio-sanitario, veremos. Lo más curioso es que dicen que van a arreglar la situación defendiendo a la vez que la cosa está como está porque no es cosa suya como está la cosa. Y en fin que no sé si me pierdo en la paradoja o en el trabalenguas.

Probablemente, tras las elecciones, el Verge del Toro seguirá demoliéndose en el olvido, y los proyectos para reactivarlo serán traspapelados, con los años, el edificio presentará problemas graves de estructura que obligarán a acelerar el proceso, y entonces ya por seguridad, por el bien de todos y sin que nadie pueda evitarlo se vendrá abajo dejando para siempre un vacío irreemplazable. Luego alguien vendrá y comprará el terreno y levantará en él quién sabe qué negocio hincando sus cimientos en las ruinas de un privilegio roto.

O tal vez no y al final algún político verdaderamente soluciona el asunto y reconvierte el Verge del Toro en un geriátrico para que disfruten así, en esos años, los verdaderos dueños de sus espectaculares vistas. Lo que resultaría más extraño es ver como una movilización ciudadana consigue parar el derribo y reasignarse el edificio, pues no sé de qué forma pero hemos sido adiestrados para ladrar a la Luna mientras dejamos pasar al lobo.