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El presidente Rodríguez Zapatero presentó ayer una remodelación del Gobierno con la que pretende revertir la pérdida de credibilidad y tomar impulso en el año y medio que resta de legislatura. Más profunda de lo esperado, Rubalcaba aparece como el nuevo hombre fuerte y posible sucesor del propio jefe del Ejecutivo si, como parece, éste no optara por la reelección, y Jáuregui, el más preparado para abordar la cuestión vasca y el esperado fin del terrorismo, como los mejores refuerzos posibles para enderezar una situación política que había iniciado la deriva hacia la hecatombe electoral. En esa línea, ha de interpretarse la supresión de dos ministerios cuya creación sorprendió en su día y cuya supervivencia apenas ha podido justificarse nunca, una rectificación tardía pero oportuna en nombre de la austeridad que predica el propio Gobierno y la racionalidad que la Administración exige. Las primeras reacciones al anuncio de Zapatero fueron unánimes en el aplauso por el sentido de esos ajustes. El presidente parece apostar de forma decidida por la eficacia y por un día ha inyectado confianza a los ciudadanos, aunque no debe perderse de vista el auténtico núcleo, la situación económica.