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Entre la colección de agoreros apocalípticos que abundan en bares y panaderías se encuentran aquellos que relacionan las nuevas tecnologías con la destrucción de la juventud y la sociedad en general. Son aquellos que piensan que un amigo de facebook es un potencial solitario depresivo, que los videojuegos son fábricas de asesinos y que la televisión sólo atonta. Sí es verdad que un abuso de internet es enfermizo, que algunos juegos virtuales son muy violentos y que los contenidos de la caja boba, y más aún con la TDT, son en un 90 por ciento dignos de ser depositados en el contenedor correspondiente. No obstante, las predicciones de la inminente llegada del fin del mundo a través de las distintas pantallas, algunas formuladas incluso por expertos titulados, se han visto desmontadas con las estadísticas sobre la utilización de las bibliotecas, que indican que sus clientes no paran de crecer y que el personal cada vez se lleva más libros a casa, y se supone que no son para adornar las estanterías. Quizá el aumento del paro haya hecho que la gente tenga más tiempo para leer, quizá se recurra más al préstamo para no tener que comprar, pero la verdad es que entre las tinieblas apocalípticas oportunistas y exageradas se ve la luz de una realidad que, con los fríos números en la mano, no es tan deprimente como la pintan.