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Llevo días dándole vueltas a un tema algo tenebroso. Como alguna vez he comentado por aquí, a menudo solemos jugar con la imaginación a todo aquello que la realidad, sosa y sin escrúpulos, no suele llegar. Ya he hablado acerca de lo de volar por lo que hoy me zambulliré en el tema de la teletransportación. El 'canvi de lloc instantani' al que nos referimos los enamorados de Bola de Drac.

Hay un motivo principal para que recomiende encarecidamente que el ser humano deje de investigar para desplazarse de un lado al otro. Cualquier movimiento implica el desplazamiento de una materia de un punto origen a un punto final. Para que me entiendas, amigo lector. Para desplazarnos de Maó a Ciutadella en una millonésima de segundo toda la materia de la que estamos formados, es decir nuestro cuerpo, tendría que espachurrarse y deshacerse en millones de partículas para reaparecerse en el lugar donde queríamos llegar.

Vale, pongamos que salvamos ese insignificante detalle. Pero para qué negarlo, somos bastante inútiles a la hora de montar y desmontar muebles. Ni siguiendo los manuales de instrucciones de Ikea al pie de la letra logramos montar una simple mesita de noche. Siempre acaba sobrando alguna pieza. Y digo yo, si nos montamos y desmontamos a nuestro antojo yendo y viniendo, al final siempre acabaría sobrando alguna pieza. Ya me veo viajando a Nueva York, apareciéndome como si de un puzzle se tratara y de golpe me falta un brazo, una pierna o alguno de esos órganos que coleccionamos dentro y sin el que no podemos vivir. Menudo marrón. Luego nos enfadaríamos con el lumbreras de turno que propuso lo de los viajes instantáneos.

Algo todavía peor sería que nos apareciéramos en el lugar deseado pero que nos encontráramos con una pared, compartiendo masa con un muro de hormigón o un árbol. De entrada sería doloroso. Y luego, a ver cómo arreglamos el estropicio porque entre sangre, vísceras y serrín, quedaría todo manga por hombro. Ya sabe, 'virgencita, virgencita, que me quede como estoy'.

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dgelabertpetrus@gmail.com