TW
0

Me alegra constatar que son abundantes las informaciones que han aparecido en estos últimos días sobre la llegada del Papa Benedicto XVI a nuestro país. En todos los periódicos se dedican columnas de opinión, valoraciones, noticias varias sobre la figura del Santo Padre, su ministerio, su significado en el ámbito intelectual actual. Y la inmensa mayoría son tremendamente positivas o, al menos, respetuosas y educadas. Se centran sobre todo en este momento en dar la bienvenida a un ilustre visitante muy querido por todos los católicos de este país. Desean que se encuentre feliz entre los españoles quien viene a participar en dos acontecimientos con un profundo significado religioso y cultural del que se sienten muy orgullosos: el Camino de Santiago en este Año Santo y la consagración del templo de la Sagrada Familia de Barcelona.

Tanto Santiago de Compostela como Barcelona han preparado con esmero esta visita. Sus respectivas autoridades reconocen la proyección universal de sus ciudades en estas próximas horas. Las imágenes y los sonidos que millones de personas recibirán a través de las cadenas de radio y televisión contribuirán a enaltecer los sentimientos y las expresiones de acogida de sus propios habitantes. La belleza de sus calles y edificios, las costumbres y la historia de sus gentes será de nuevo ponderada por un sinfín de comentaristas. Aunque sólo fuera por este aspecto tan ordinario y elemental tiene un inmenso valor añadido esta visita y por ello la agradecen y la acompañan con signos externos de alegría y satisfacción.

Con ser importante el aspecto externo del acontecimiento, merece que se le dedique mayor atención al significado religioso. La invitación cursada al Santo Padre por los arzobispos y sus comunidades diocesanas manifestaba la segura pretensión de profundizar en la comunión eclesial y de escuchar palabras alentadoras y llenas de esperanza que les conduzcan a Jesucristo. Los preparativos de esta visita han sido muy intensos en todas las parroquias y comunidades cristianas. Además de los servicios de acogida y atención a los visitantes y peregrinos, se han multiplicado los encuentros de oración, las vigilias y las catequesis que ayudan a fortalecer la vida cristiana y a dar a conocer de nuevo a la sociedad la verdad del Evangelio. La presencia del Papa en estos días en medio de la comunidad cristiana de Santiago y de Barcelona confirmará en la fe, alentará la esperanza y afianzará la caridad de todos los seguidores de Jesucristo.

En Santiago de Compostela participará el Papa como un peregrino más en el camino que conduce al encuentro personal con el Señor. La dinámica interna de la conversión que ha acompañado a tantos en su caminar por la vida quedará unida al descubrimiento de las raíces cristianas de la cultura de nuestra sociedad occidental. Excelente recuerdo y buena lección.

En Barcelona, la consagración del bellísimo e incomparable templo del arquitecto Gaudí nos proporcionará la ocasión para valorar el lugar de la oración y de la participación de los sacramentos. La contemplación y la belleza de la obra de arte nos unirán al Creador.

Vale la pena la visita del Papa. Desde nuestra diócesis de Menorca, tan cercana a la realidad de Barcelona, nos sumamos a la bienvenida cordial. Reconocemos en él a un hombre de Dios que transmite la humildad en sus gestos y la sabiduría en sus palabras. Queremos que él reconozca en las comunidades cristianas de nuestro país la vitalidad de sus iniciativas evangelizadoras y la solidaridad de sus actuaciones a favor de los semejantes, sobre todo de aquellos que más sufren los efectos de la crisis socioeconómica actual.

Empezaba este artículo con la constatación de buenas noticias acerca de la visita papal. A algunos les parecerá en exceso un cuadro idílico cuando también se han alzado voces que mostraban su disgusto por este acontecimiento con razones ideológicas, sociales o económicas. Hay quien se empeña incluso en negar la realidad mayoritaria de la fe de nuestro pueblo como si los católicos no tuvieran la misma consideración que los demás colectivos que se manifiestan o no pagaran sus impuestos a las arcas del Estado. No es éste el momento de la discusión ni del enfrentamiento. La comunidad cristiana acepta el reto de vivir en una sociedad plural, ofrece su visión del hombre y del mundo y no desea imposiciones a nadie que no lo acepte con plena libertad. También pide respeto e idéntica consideración.

Termino confiando en que unos y otros mantengamos la educación en las formas, las convicciones democráticas en los planteamientos de cualquier grupo social ajeno al nuestro y la mesura en la contabilización interesada y exagerada de los costos cuando a otros se refiere y el olvido o la ocultación de los mismos cuando el que habla o acusa es sujeto activo.
Bienvenido, Santo Padre. Cuente con nuestras oraciones y nuestros buenos deseos.