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Benedicto XVI visita este fin de semana Santiago de Compostela y Barcelona. Lo hace en un momento delicado por mor de una crisis desbocada, la más grave de las últimas décadas según algunos analistas económicos, y de los escándalos de pederastia que salpican a la Iglesia católica, por los que el Papa ha pedido perdón en varias ocasiones. Las ciudades que acogen la visita papal se han apresurado a remarcar los beneficios económicos que originará. Por contra, se han exagerado las críticas al gasto de organización. De todas formas, es necesario que la visita del Papa transmita la idea de la austeridad, necesaria siempre pero especialmente cuando hay tantas familias que padecen las consecuencias de la crisis. Dicho esto, la llegada del Santo Padre a España obedece a una poderosa razón. Más allá de la coyuntura económica y de los escándalos, es innegable e incuestionable la ingente labor que la Iglesia desarrolla en todo el planeta en pro de una sociedad más justa e igualitaria. Con sus viajes, el Sucesor de Pedro reivindica esta labor y la vigencia en pleno siglo XXI del mensaje evangélico, de los valores que transmite, capaz de inspirar a millones de hombres y mujeres de buena voluntad y de transformar el mundo complejo e imperfecto en el que viven.