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En sus intervenciones en Santiago y en Barcelona, el Papa ha reafirmado el mensaje cristiano, vigente y válido en su esencia hoy como hace dos mil años, y necesario en un mundo donde los avances tecnológicos y los bienes materiales han contribuido también al oscurecimiento de la fe y han descuidado la dimensión espiritual del hombre. Benedicto XVI ha hecho un llamamiento a quienes tienen la responsabilidad de dirigir las instituciones para que cultiven la atención a esas necesidades religiosas y se refuercen los valores morales del pensamiento cristiano que son fundamento de la sociedad occidental.

El Sumo Pontífice ha defendido de forma especial a la familia, "formada por un hombre y una mujer", y abogó ante las autoridades "por adecuadas leyes económicas y sociales para que la mujer encuentre en el hogar y en el trabajo su plena realización, para que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia sean decididamente apoyados por el Estado". La claridad de ese discurso incluye la defensa de la vida de los hijos "como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción", principio que exige que la natalidad sea "dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente".