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Aparece de nuevo el debate sobre la inmigración. Lo hace por las elecciones catalanas, pero también en otros países europeos siempre asociado a la situación económica y a la crisis. Algunos datos son significativos: el 65 por ciento de los encuestados para "El Mundo" no quiere que se empadrone a los inmigrantes sin papeles. La mitad de los catalanes cree que "hay demasiados". El primer ministro inglés, David Cameron, también aboga por seleccionar a los extranjeros y reducir a la mitad los 200.000 que entran en su país cada año. Inmersos en la crisis económica, el debate se expande y crece el rechazo a los extranjeros por parte de oriundos de cada país. Es evidente que hace falta establecer unos criterios que regulen los flujos migratorios, aunque la xenofobia también nace de aprovechar la fuerza de trabajo de los extranjeros en épocas de desarrollo y rechazarles en tiempos de recesión. El empadronamiento es el que permite a los inmigrantes disponer de sanidad y educación públicas. Negarles esta atención sería discriminar a personas con pocos recursos. Los responsables de Caritas no piden los papeles cuando atienden a un inmigrante, porque consideran que primero está la persona y su dignidad. Necesitamos leyes eficaces y justas.