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De vez en cuando, el idílico paisaje menorquín, nítido y bañado por esa luz mediterránea bajo la cual lo macabro parece fuera de lugar, se tiñe de tinieblas y la sección de sucesos, habitualmente más escasa que en otros lugares, nos devuelve a la realidad. Y ésta no es otra que admitir que las atrocidades no suceden tan lejos ni nos pueden ser ajenas.

A medida que se conocen detalles sobre los restos humanos hallados el martes en Binidalí la noticia se torna más espeluznante, se confirma la hipótesis de que se trataba de un menor, crecen los interrogantes y ese lenguaje técnico, tan frío como sólo puede serlo una autopsia, se mezcla con los lápices de colores, los cromos y los cómics que acompañaban al niño fallecido.

Todo ello en los mismos días en los que, un año más, se hace recuento de las víctimas de la violencia de género y un testimonio, en primera persona, nos mete en la piel de una mujer, una de tantas, que sufrió las agresiones de su ex marido y su propio hijo aquí, en Ciutadella, hasta que tuvo que huir. Una aciaga semana para la isla de la calma.