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Me gusta el fútbol, lo confieso. Aunque no sea la mayor de mis aficiones, me gusta los domingos por la tarde, o los lunes o los miércoles sobre todo si lo veo con amigos y cae alguna cervecita. En estas condiciones también me gusta el baloncesto, el tenis o el motociclismo. Va a ser que lo que realmente me gusta son los colegas y la birra. Pero en serio, me gusta el fútbol, con sus polémicas, sus tópicos y sus incongruencias, con sus cambios de fecha para no coincidir con una cita electoral y la ilusión que genera en millones de aficionados. Lo que no me gusta es que se convierta en un calentamiento de boxeo, que haya quien se olvide de que está jugando un partido o animando a su equipo y deje que toda la sangre caliente se le vaya en insultar y gritar o zurrar a otros. Lo primero es moneda corriente –yo misma soy una gritona llegado el caso– y lo segundo no suele pasar, pero pasa. Esta misma semana hemos tenido un lamentable ejemplo con una tangana inadmisible y bochornosa en el campo de Los Pinos. Desmoraliza que el espectáculo y la diversión derive en ello. Equipos y afición deben trabajar por evitarlo.