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Pese a que la crisis económica ha hecho que se tambalearan ciertos principios que se tenían por inamovibles, hay columnas que gracias a su solidez siempre permanecerán en pie, sin peligro de derrumbe alguno. El mundo occidental convino en su día, sin apenas rechistar y con el permiso de China, que con la desaparición de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín quedaba certificado que frente al capitalismo no cabe una alternativa económica solvente. Esta línea de pensamiento sostiene que el sistema capitalista es el gran motor de progreso de la comunidad internacional y como tal preside el desarrollo de la actividad financiera y de la economía mundial. Referirse a otras alternativas, se arguye, sería simplemente adentrarse en el campo de la literatura.

En este marco, la crisis económica ha puesto de manifiesto que los distintos gobiernos acatan sin mayores problemas las exigencias del capitalismo y atienden lógicamente los intereses de sus mercados inversores. De modo que aquello de que la política ha de prevalecer por encima de la economía parece haber quedado arrinconado en el desván de la historia. Es un dato objetivo que a diario corrobora la actualidad de la propia crisis.

España, naturalmente, no ocupa un lugar de excepción. Quiere decirse que el gobierno supuestamente socialdemócrata de José Luis Rodríguez Zapatero se halla al servicio del liberalismo económico. ¡Ah, la socialdemocracia! Hace unos días releía precisamente "Y Tierno Galván ascendió a los cielos", de Francisco Umbral, para mí uno de los más amenos cronistas de la transición democrática. Hacia la parte final del libro, Umbral habla de Francisco Fernández Ordóñez, una de las principales figuras de la UCD de Adolfo Suárez, y escribe: "Paco es de los pocos políticos que se ha estado siempre quieto y tranquilo, en el mismo sitio -la socialdemocracia-, hasta que la Historia ha venido a coincidir con él (él no ha corrido nunca delante ni detrás de la Historia). En cualquier cargo o partido ha hecho siempre la misma política: socialdemocracia. Un día se lo pregunté en su casa, en una tarde de lluvia y arrepentimientos mutuos: -Paco, ¿qué es la socialdemocracia? -Un pacto entre el capital y el trabajo". El libro de Umbral se editó hace veinte años y también ha sido trasladado al desván de la memoria; ahí queda no obstante la cita.

Paco Umbral ya no puede preguntar al presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Pero me temo que la crisis se ha cargado definitivamente el pacto socialdemócrata. De hecho, Rodríguez Zapatero se limita a ejecutar hoy el trabajo sucio, la tarea más ingrata, que por coherencia ideológica le correspondería a Mariano Rajoy. Así que Rodríguez Zapatero y su gobierno -¿socialdemócrata?- se han volcado en la adopción de una serie de reformas que se sustentan en el modelo liberal más ortodoxo. Unas políticas que dan prioridad -¡faltaría más, lo primero es lo primero!- a las peticiones y necesidades del mercado financiero y de las entidades bancarias; y que además adoptan una nueva normativa para regular el mercado laboral, proyectan retrasar la edad de jubilación y revisar el sistema de pensiones; y, lo más reciente, anuncian rebajas fiscales para las pequeñas y medianas empresas, la privatización parcial de AENA y Loterías y Apuestas del Estado así como la retirada, en febrero próximo, de la ayuda de 426 euros a los parados que carecen de cobertura social; etcétera, etcétera. Estas últimas medidas gozarán sin duda de una favorable acogida entre el empresariado, aunque ya no podrán paliar el aluvión de injusticias sociales que se ha provocado en nombre del cóctel que conforman la socialdemocracia y el liberalismo. Una alianza que ha puesto especial empeño en que tales injusticias sociales resultaran poco menos que invisibles ante la sociedad española y sobre todo ante unos mercados que condicionan toda la política económica del Gobierno. Y ello cuando, por añadidura, pretender olvidarse de la cifra de cuatro millones de desempleados es una acción obviamente imposible.

No cabe extrañarse, por consiguiente, de la protesta de los sindicatos mayoritarios y de las formaciones situadas a la izquierda del PSOE ante una política que arremete duramente contra los derechos sociales de los trabajadores. Este rechazo de la política que lleva a cabo el Gobierno queda incluido igualmente en la lógica del capitalismo. En consecuencia, tampoco tiene mucho sentido que deban soportarse a diario las cansinas y repetitivas monsergas de Mariano Rajoy si, a la postre, Rodríguez Zapatero no hace más que sembrarle las máximas facilidades para que pueda alcanzar la victoria en las elecciones legislativas de 2012.