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Isla Minoría; medio-este mediterráneo, año 1703.

Aquella tarde del 3 de diciembre un nutrido grupo de halcones llegó, de un lejano puente, a una isla que hasta entonces había vivido sin sobresaltos. Inundaron el cielo con sus vuelos y empezaron a atacar pájaros. Impusieron su éxito –volar fiero– y despreciaron al resto. Eran halcones con una capacidad de rapiña desconocida hasta aquel momento. Se hicieron de valer subestimando al pajarillo, colibrí y garza –de vacaciones de tanto en cuanto–; que habían vivido bajo un proyecto jerarquizado.

He aquí que los halcones se creyeron los amos del cielo –Taifas de eso– y autoexcluyeron del común interés y recluyeron en sus derechos; derivados de una dejadez de Gobierno; que por rango los había validado.

–¿Qué eran el resto sino egoístas por darles tanto trabajo?

El más comedido y prudente y –obligado a serlo, de discreto– acabó conviertiéndose en exigente, por no usar jabón sino detergente.

El privilegio de éstos era precisamente no hacer ostentación de eso. No era suficiente tener más que todos. Querían volar más alto, más que la corona, que el Cielo, que lo Humano. Y nadie los controló. Fue lo peor; el descontrol de quien tenía que demostrar control. Los halcones discutieron sobre las ramas del árbol que más frutos daba y se tambaleó; ese en el que se posaban pájaros venidos de otros lados. Nadie quería volar, justamente, es la particularidad, porque el halcón tenía que mirar (en lugar de admirar).

Muchos pájaros empezaron a sentirse engañados. Pagaron con esfuerzo su vuelo y ahora no podían tenerlo.

El caso es que los halcones no querían perder su rango ni ceder y no soportaron que el jefe, con el pico cada vez menos potente, los mandara en aquello que no querían ser mandados. Huyeron con deshonor de su función y demostraron que eran unos irritables, ejemplo de contradicción; comiéndose de paso lo mejor; la ilusión.

Probablemente, y pobremente, entristecidos y cariacontecidos el resto de pájaros regresó a sus nidos. El gran halcón se encorajinó y avisó a los suyos que si seguían así encerraría a más de uno... Bravuconada; pues no se atrevió (aunque debería haberlo hecho), porque algo de culpa compartida había en ello.

Tal actitud fue temida, por inventarse el que mandaba un estado de alarma. Llegó a oídos del mundo y los continentes se alejaron; dejaron a su suerte a la isla (por no saber negociar sin el amenazo). Las palomas intentaban suturar sus heridas, de tierra, con saliva (forma de hacer convencional ante el engaño) –que es chuparse el dedo.

Fue tanta la distancia que se produjo que durante un tiempo nadie voló; y nadie pudo salvar la distancia surgida a causa del halcón. Todos se tuvieron que tragar el orgullo y la cosa quedó como empezó.

* * *

La despensa del halcón estaba asegurada, podían comer de lo más y mejor sin preocuparse de los demás. Otros pájaros empezaron a sentirse enfermos. Vieron que los halcones eran egoístas, por bravatas de alas mejor pagadas.

Diferencia mal soportada. El jefe aún los amenazó; sabiendo que debían servir a proyectos venidores o, como el de decir a todos que podían ser considerados ogros si levantaban el lomo.Simple maña del que manda.

Se encerró en el paso del tiempo –o sea, en dejar pasar el tiempo– y hacer olvidar a los pájaros sus ganas de hacer tragar hierro.

–¿Qué haré si enjaulo a uno y luego las palomas resultan ser peor?; mejor dejo pasar quince días; y todos al cajón.

Debería mantener en sus perchas a los halcones, oteando el cielo y viendo que los humildes no dejaran de serlo.

El caso es que, en aquel momento –y en aquel caso en concreto– el halcón fue claro ejemplo de intuición, nada subliminal, de que todos deberían entender que ansias y demandas serían espantadas, y que si insistían en verlas contabilizadas sus gansadas quedarían supeditados al estado de alarma. Nadie debería entretenerse en tenerse por pájaro sin permiso del dueño; el aire.

* * *

Lo cierto, lo que fue cierto, es que no hubo más honestidad depositada en el halcón –ni en el jefe–; ya que ambos sobrevolaron el desierto y levantaron demasiado polvo al hacerlo. Unos y otros quisieron alcanzar campos políticos y jurídicos, profesionalmente mejor remunerados, porque se trataba de dinero, horas y reclamos (1.670 horas (208 días), más 170 sindicadas, de guardia, nocturnas, sin vacaciones, etcétera).

–La falta de vergüenza nunca estuvo tan bien pagada.

* * *


Lo que si ocurrió – en aquel 3 de diciembre– es que el mundo conocido cambió y empezaron a verse los primeros barcos por el hemisferio (y militares de marina, técnicos de señales, fareros, pescadores, carpinteros, fogoneros; todo lo que dio honor a la isla).

La venganza fue esa; volver la vista atrás. La paloma demostró inteligencia, viajando –por un tiempo– sobre troncos de madera de lo más bien puestos.