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F ueron los primeros en ocupar el convento y ahora también han sido los primeros en aparecer. Los frescos o grisallas encontrados en una de las paredes del Pati de sa Lluna en Alaior han vivido tres siglos escondidos entre los quehaceres más cotidianos de los frailes franciscanos, militares y civiles. Su arte plasmado en la pared supondría en aquella época una novedosa aportación cultural y artística. Pero la necesidad de alojar a decenas de huéspedes motivó a mentes ingeniosas a reconvertir un lugar de encuentro franciscano en un patio vecinal destinado a perder su fisonomía. Y es que las paredes podían estar embellecidas con pinturas murales pero que no les iban a dar alojamiento. Se tabicaron y de las grisallas nada más se supo. Con los trabajos de rehabilitación han vuelto a salir a la luz. Su recuperación permitirá que el claustro cuente con una huella histórica y gris de gran calado. Pero que sin duda debemos complementar con la aportación de aquellos ocupantes que durante décadas han ofrecido tonos de lo más variopintos al recinto. Han aportado historias, vivencias, anécdotas, alguna pulga y algún que otro altercado. Han circulado artesanos, fabricantes de calzado, okupas, hippies, inquilinos con y sin papeles, y un sinfín de personas que, todos ellos quedarán como la parte más extravagante y lunática de un claustro, la Luna de este Pati.