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La sucesión de Zapatero se ha convertido en la serpiente informativa de las Navidades. Buena estrategia, es un tema ameno y abierto en el que todo el mundo tiene opinión y puede exponerla con tranquilidad. El presidente del Gobierno es como el árbitro de un partido de fútbol, está para dirigir, equivocarse repetidamente y ser el centro de la bronca. La decisión sobre su futuro tiene morbo, distrae la atención y alimenta las tertulias de estas dos semanas de escaso trasiego informativo. Él mismo juega con la intriga, dice que ya ha revelado sus intenciones a su mujer y a un cargo de confianza de su partido y de su Gobierno.

Zapatero se abre. No hay alternativa a su marcha, la duda es si aguantará el mandato o tira la toalla el día menos pensado. Reinó todopoderoso y a capricho en su primera legislatura con el viento a favor y no ha sabido gobernar el barco con el viento en contra. De su programa no queda nada, ni manda ni gobierna, se limita a seguir las órdenes del exterior, Washington, Berlín, Bruselas (y los mercados). Ha perdido la credibilidad propia de quien vende discurso socialdemócrata y aplica política liberal, ya sabemos que no hay más remedio pero cuando uno se ve obligado a aceptar un plan que no es el suyo se va. Por decencia y por vergüenza. Suárez dimitió por mucho menos y le recordamos digno. La sucesión no es el problema; la permanencia, sí.