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En la universidad nos fotocopiábamos libros, en la adolescencia nos pasábamos los cd para grabarlos en cintas, copiábamos canciones de Los 40 Principales y los más avispados se las ingeniaban con dos vídeos para quedarse con las mejores películas en propiedad. La Ley Sinde contra la piratería en internet tiene un problema: la gente está en contra porque siempre se ha compartido la cultura. Dentro de la legalidad, lo hacen las bibliotecas con los libros y ahora con los formatos digitales. Los creadores quieren cobrar por lo que hacen, sí, bien, pero debería ser en la justa medida de lo que la gente quiera pagar por sus creaciones. Y es que el intento de regulación de las descargas llega en un contexto de abusos que hace que el pueblo no apoye la medida. La actitud voraz de la SGAE no crea precisamente simpatías. Tener que pagar un canon por un cd al presumir la condición de pirata del cliente es un robo mayúsculo. Abuso es cobrar veinte euros por un cd y que valga lo mismo uno de U2 que uno de los pitufos discotequeros. Abuso es que un libro de tamaño mediano suba a los 26 euros, sea quien sea su autor. Internet obliga a buscar nuevas fórmulas de comercialización para sacar rendimiento a la cultura, pero es imposible ponerle barreras al campo para quedarse anclados en los cd de Conchita a veinte euros la pieza.