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El gran Angelillo popularizó en 1934, en la película "Centinela, alerta", una canción rematadamente alegre y optimista dedicada a los reclutas del Ejército. El autor de la letra, nada menos que Carlos Arniches, el sainetero que enseñó a hablar "en madrileño" a los madrileños, utilizó un asunto aparentemente menor, el de la arrastrada vida cuartelera de los soldaditos españoles, para componer una parábola de deslumbrante redención: "Si yo fuera capitán, mucho vino y mucho pan". Y puros habanos, y bailes con hermosas muchachas, y paella todos los días, y cócteles, y de todo lo bueno para la tropa. El vídeo de la canción puede encontrarse en YouTube, y si Angelillo, el excelente y casi olvidado divo de la canción popular, el leal a la República hasta su muerte, hubiera sido capitán, los sorchis no sólo habrían vivido como capitanes generales, sino que dos años después de "Centinela, alerta" no se habría abatido sobre España, por defección general, el huracán de violencia que desataron los militares africanos y los enemigos del buen e igualitario vivir.

Escuchando la noticia de que los productores de jamón ibérico, de cebo y de bellota, están liquidando el negocio (al que muchos llegaron a través del pelotazo inmobiliario) porque los precios del exquisito pernil han bajado mucho a causa de la crisis, recordé inevitablemente la canción de Angelillo y su propuesta de una vida superior, de una señora vida, para la gente, representada en la copla por los soldados. Y uno se pregunta: ¿qué razón hay para que el jamón ibérico, tan sublime para el paladar como saludable para el organismo, tenga que ser carísimo como hasta ahora? ¿No pueden conformarse con ganancias moderadas los productores, que prefieren desmantelar la cabaña y el negocio antes de permitir la democractización de su consumo? ¿Tan insoportable resulta que los pobres (hoy tenemos casi cinco millones más) disfruten de algo tan rico y que tan conveniente resulta, por cierto, para la recuperación de nuestras dehesas?

Si Angelillo fuera el capitán de todo esto, en vez de los buitres de "los mercados", ordenaría redoblar la producción de jamón ibérico, y de paleta, a fin de que sus precios se equipararan al de la mortadela. Qué bello sería vivir entonces.