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Durante mi prolongada relación -casi 50 años- con pacientes, familiares, y personal sanitario he procurado conversar con ellos, y escucharlos; no solo saludarlos, aunque no lo haya logrado siempre por diversas causas. Me inculcaron en todos mis cursillos de formación que sintonizar en singularidad de aceptación era la actitud fundamental de mi servicio. Entrar en la habitación del paciente, y sentarte a su lado, relajado, como si dispusieras de todo el tiempo del mundo. Recibir en el despacho a personal o familiares, y no manifestar prisas fue pauta que procuré seguir, no siempre cumplida.

Ahora, en la nueva situación restrictiva de mi actividad, estoy experimentando mejor la riqueza de la conversación. Mis contemporáneos afirman que no tienen tiempo para conversar tranquila y sosegadamente, aunque ahora intentan paliar esa carencia con el "chateo informático", anónimo y lejano.

¿Por qué se ha impuesto el estilo de la prisa, de la esclavitud del reloj, de la actividad frenética? Se ha implantado, incluso, en poblaciones como la menorquina.

Deberíamos intentar todos cultivar el estilo de conversación, de escucha recíproca, de sintonizar, incluso cuando hay que disentir. Frente a la agresividad verbal o escrita, frente al afán de prepotencia impositiva, sepamos conversar.