TW
0

Iniciamos hoy la publicación de una nueva colaboración que, con una periodicidad quincenal, se asomará a estas páginas con la modesta pretensión de ser un rincón literario en el que se guarde la memoria de algunos de los escritores más representativos de la literatura castellana del siglo xx. Bajo el lema Nos queda la palabra, tomado de un poema de Blas de Otero, su autor, Diego Dubón, quien ha ejercido con pasión su vocación docente, a lo largo de treinta y ocho años en el IES Joan Ramis de Maó, intentará sintetizar lo más significativo del panorama literario contemporáneo en lengua castellana.

----------------------------------------

(…) No me podrán quitar el dolorido / sentir, si ya del todo / primero no me quitan el sentido. (…)
Garcilaso de la Vega. Égloga I

El pasado mes de octubre celebrábamos el centenario del nacimiento del poeta oriolano y, a lo largo del año recién finalizado, se sucedieron un sinfín de actividades culturales en memoria de este insigne poeta, genuino representante de la fidelidad a sus ideas y de la actitud comprometida de su poesía y su vida, dos realidades inseparables.

Su figura se ha definido como puente entre la Generación del 27 y la del 36, iniciadora de un nuevo camino de rehumanización, que caracterizará los años de la posguerra.
Considerado como un claro ejemplo de autodidactismo y, a la vez, de precocidad creativa, su origen familiar -su padre pastoreaba un ganado de cabras- determinó su infancia y sus inicios poéticos adolescentes: …en cuclillas ordeño una cabrita y un sueño. Los escenarios primeros del poeta son los montes a los que acude con el ganado de su padre. Sus labores de pastoreo propiciaron el contacto con una naturaleza virginal que será decisivo para el desarrollo posterior de su poética.

Su paso por el colegio de Santo Domingo, regentado por los jesuitas, al que acudió hasta cumplir los catorce años, fue más bien breve. Sin embargo su curiosidad y sus inquietudes literarias le llevaron a realizar un aprendizaje continuo de una cultura por la que siente verdadera pasión. Ello unido a la inestimable ayuda moral y económica de un nutrido grupo de amigos suplió, con creces, sus limitaciones académicas. Especialmente importante fue su amistad con Ramón Sijé, quien lo adiestró en su formación humanística y también la que sostuvo con los integrantes de la Generación del 27 o con José Mª de Cossío, junto al que leyó exhaustivamente a nuestros grandes poetas del Siglo de Oro.

Tras sus primeros escarceos iniciales, aún adolescente, su primera etapa de creación se caracteriza por un mimetismo diverso: Gabriel y Galán, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Quevedo, Machado, etc, que culmina con la publicación de Perito en lunas (1933), cuando todavía no se han acallado los ecos del homenaje a Góngora en 1927, poemario en el que muestra su fascinación por el poeta cordobés e imita el estilo complicado y brillante, propio del culteranismo barroco.

Con Luis Rosales inicia la rehumanización de la poesía posterior y, a la vez, se evidencia una aproximación al surrealismo que se percibe en poemas de El rayo que no cesa (1936). Casi toda la obra, cuyos temas principales son la vida, la muerte y el amor, está escrita en sonetos. Poesía de conmovedoras emociones, que alcanza su culminación en la Elegía a Ramón Sijé, toda ella traspasada por el dolor por la pérdida de su querido amigo y con un final estremecedor: A las aladas almas de las rosas/del almendro de nata te requiero,/que tenemos que hablar de muchas cosas,/compañero del alma, compañero.

El libro evidencia una crisis existencial que se manifiesta con la presencia de la muerte amenazante: Un carnívoro cuchillo/de ala dulce y homicida/sostiene un vuelo y un brillo/alrededor de mi vida. De la que únicamente podrá salvarle el amor: Nadie me salvará de este naufragio/ si no es tu amor, la tabla que procuro,/ si no es tu voz, el norte que pretendo.

Dicha crisis va unida a la otra ideológica, que le lleva a romper explícitamente con el mundo religioso que había acompañado su juventud y a iniciar una línea de compromiso, agrupándose con los que sufren, "pueblo adentro", según sus palabras. Son los años de Madrid, cuando traba amistad con Neruda y Aleixandre, los años de consolidación literaria y de referencia constante a Josefina Manresa, a quien dedica la obra.

Los versos de Viento del pueblo (1937) testimonian su sincero y profundo compromiso político con el bando republicano y su militancia comunista. Se trata de una poesía de combate, más reflexiva en la que el desaliento se patentiza en numerosos poemas, aunque no por ello el poeta pierde la esperanza en un mundo mejor para el hijo que va a nacer: Para el hijo será la paz que estoy forjando./ Y al fin en un océano de irremediables huesos/tu corazón y el mío naufragarán, quedando/ una mujer y un hombre gastados por los besos.

El hombre acecha (1938), de mayor sencillez, incide también en el tema bélico con una contención clásica. Dedicado a Pablo Neruda, su estilo sigue depurándose hasta entroncar con lo popular. Es la sencillez que exige ese diario íntimo en el que el poeta expresa el amor al hijo, su condición de prisionero, el horror de la guerra. Nos referimos a Cancionero y romancero de ausencias (1938-41) , obra en la que confluye su compromiso poético con una lírica personal de marcado cariz autobiográfico (la ausencia de la esposa, del primer hijo-muerto a los pocos meses de nacer, del segundo hijo en el que concentra todo el potencial de futuro, el afán de supervivencia). En esta obra se incluyen poemas tan conmovedores como Nanas de la cebolla, cuyas estremecedoras seguidillas nos muestran al último y más desventurado Miguel Hernández. Así resuelve su humanísimo y paternal dolor: Tu risa me hace libre,/me pone alas./Soledades me quita,/cárcel me arranca./ Boca que vuela,/ corazón que en tus labios/relampaguea.

La suya es la obra de un poeta a caballo entre generaciones al que las circunstancias impidieron una valoración justa y coherente en su momento. Prohibida durante años, cuando fue publicada, sin embargo, el eco de su profunda humanidad y de la calidad de su poética se propagó con extraordinaria fuerza hasta erguirse como una de las cimas de la poesía española de todos los tiempos. Acabamos con una breve cita, extraída del prólogo de su libro Viento del pueblo: Los poetas…nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos (del pueblo) y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas.