TW
0

Pocas veces un mensaje de algo más de 140 caracteres tuvo más repercusión y generó tantas reacciones. Hace unos días el director de cine y guionista Nacho Vigalondo escribía en Twitter el siguiente texto: "Ahora que tengo más de cincuenta mil 'followers' y me he tomado cuatro vinos podré decir mi mensaje: ¡El holocausto fue un montaje!". Humor irreverente o broma de mal gusto, según se mire. Lo cierto es que a las pocas horas, la noticia en la red era que Nacho Vigalondo había negado el holocausto.

Más allá de calibrar la idoneidad de la expresión, lo ocurrido demuestra que las redes sociales son un arma de doble filo en las que la distinción de lo público y privado es escasa y en las que uno no controla más allá de su mensaje. La cuestión es si uno se ha de hacer responsable también de las interpretaciones, aunque se basen, éstas, en la distorsión. Vigalondo no pretendía negar el holocausto. Pero algunos lo entendieron así. Había lugar para el equívoco y de ahí, su parte de responsabilidad. El protagonista se echó para atrás y se disculpó, porque quiso o porque no tuvo más remedio. Sea como sea, se pone de manifiesto que aunque parezca lo contrario, en la red no todo vale. Y que como en la vida, el sentido del humor va por barrios. La diferencia es que en la red el castigo al error es fulgurante y masivo. Lo bueno es que como casi todo lo que circula por la red es efímero.