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El reportaje que abre hoy el diario revela un viejo problema de la industria turística y de la economía menorquina. Es viejo porque es antiguo y actual porque apenas se ha avanzado en su resolución y, por tanto, romper la estacionalidad sigue constituyendo un objetivo social y político. En todas las campañas electorales aparece como tema recurrente en los programas y promesas de los candidatos; hace cuatro años se habló de una temporada turística de nueve meses y, sin embargo, estamos donde estábamos con tendencia inversa a la pretendida. La estacionalidad marca ciclos y el pulso económico, pero también incide sobre las expectativas inversoras, un importante motor del sector turístico. Las instituciones han mostrado una evidente lentitud de reflejos en la elaboración de normativa que facilite soluciones a la conversión de usos de determinados establecimientos turísticos, se cuestionan las trabas burocráticas y la larga tramitación exigida en negocios de este ámbito han forjado en suma una imagen poco atractiva para la inversión en Menorca. Esa aparece hoy como causa añadida a los factores naturales y conocidos de la vieja y consolidada estacionalidad.