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Leí el titular de "El País" con sana envidia. Primero por su concisión y a la vez capacidad de contener tanto sentimiento: exacto, lo que ha ocurrido en Egipto se sintetiza a la perfección con las emociones del Berlín de 1989, cuando las masas se subieron al muro de la vergüenza y lo tiraron abajo a mazazos y entre gritos de júbilo. Estamos ante el Berlín del mundo árabe, sin ninguna duda. Segundo, porque es ante esos acontecimientos, con los que la historia se pone en marcha, cuando el periodismo puro cobra su sentido, dando fe de circunstancias, para bien o para mal, excepcionales, y no en los gallineros televisivos, por mucho que se empeñen en meter a toda la profesión en el mismo saco.
Y sí, como decía el autor del artículo, lo sucedido me ha parecido duro y hermoso a la vez, aunque ahora venga quizás lo más difícil, el auténtico cambio hacia la democracia, y entren en juego todos los intereses de la geopolítica. El dominó ha empezado a caer, y nada será igual, como no lo fue, pese a las decepciones, después del reencuentro alemán y la caída del comunismo. Lo hermoso de todo ello es que gente de todas las condiciones, unida por el hartazgo o la miseria o las ganas de libertad, se sobreponga al miedo y consiga acabar con la tiranía. Ojalá en nuestros remansos de supuesta libertad supiéramos en más de una ocasión caminar unidos, para resolver injusticias y no actuar movidos por nuestros miedos.