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Uno de los temas más recurrentes en las tertulias de amigos nacidos en los años 70 u 80 hace referencia a los contenidos televisivos de aquella época. Llenos de inocencia y finales con moraleja, los dibujos animados o las series que veíamos prácticamente a diario ayudaron a formar la personalidad de gran parte de los treintañeros que pululamos por el mundo hoy en día. Porque sí, lo admito, formo parte de ese grupo de personas que cree que la televisión también sirve para educar a los niños. Resulta curioso que en los 80, cuando la 'movida' estaba en pleno auge (con todo lo que ello conllevaba), las productoras españolas fuesen capaces de crear buena parte de sus contenidos con mensaje. Lo mismo sucedía con las series americanas o europeas. Aún siendo unos años en los que la droga causaba estragos, y en los que la rebeldía parecía haberse escapado de las manos, la televisión y el cine reflejaban una realidad simpática y tolerante. Por eso me hace gracia leer acerca de iniciativas como la del señor Jáuregui, quien asegura que el Gobierno creará un órgano censor que sancione "climas de crispación" en la pequeña pantalla. Y llega la pregunta del millón: el actual panorama televisivo, que incluye series sobre asesinatos, hospitales y demás miserias humanas, ¿es lo que la sociedad demanda o es lo que los canales imponen? Veo con impotencia cómo se desaprovecha el potencial didáctico de la televisión. Y no, no todo tendría por qué basarse en documentales de La 2.