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Un informe de la FAO señala que el espacio forestal de España ha aumentado considerablemente en los últimos años. Una de las principales causas ha sido la desaparición progresiva de explotaciones agrarias. En Menorca la cosa no es distinta pero sí peor. La insularidad no evita que los payeses se vean arrastrados por el imperio de la producción industrial a gran escala, más bien agrava esta tendencia. El mar incrementa los costes y limita los mercados de venta, un handicap que la devoradora maquinaria capitalista transforma en unos precios de sus productos mucho más bajos que lo que se merecerían. La política de subvenciones permanentes ha fracasado en el medio plazo y ha retrasado las soluciones estructurales, fracaso que se hace muy evidente cuando la vaca pública tiene problemas para pagar y la vaca privada para sobrevivir. Ayer mi hija fue de excursión a una explotación agraria. Dio de comer a las ovejas y realizó tareas agrícolas. Su cara de satisfacción era mayúscula, demostración de que el campo es algo que merece mucho la pena tanto por su peso económico como por su valor añadido. Que estas actividades no se acaben realizando pronto en una especie de Port Aventura agrario depende del acierto de políticos y empresarios a la hora buscar una salida real para el sector, un reto complicado que siempre deberá basarse en la justicia de los precios que se paguen a los productores. El resto son solo parches, como ya se ha podido comprobar.