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La adolescencia mal curada es, de hecho, una enfermedad grave para un adulto. La falta de madurez en un "grown up" es sinónimo de inadaptación a un tiempo en que ya se ha superado la juventud, donde se vive el presente y se debe de poner la base para el futuro. Los adolescentes son normalmente fáciles de dominar y fáciles de conducir. Suelen ser manejables y manipulables. Son sencillos de convencer y fáciles de alterar. Son "material sensible". Algunos jóvenes (¿la mayoría?) aceptan fácilmente las más disparatadas consignas y creen y ceden ante los lemas más estúpidos.

Así, controlados por los dirigentes políticos de la sociedad, muchos adolescentes son convertidos en ganado lanar acrítico con lo que oyen o con los histriónicos ejemplos de algunas gentes con las que conviven (¡ Silencio, se rueda!). Todas las doctrinas políticas totalitarias sueñan con influir en la educación de los adolescentes para convertirlos en sus falanges futuras. Dirigir la educación es el orgasmo del dictador. Prietas las filas las hordas culturalmente indigentes son dirigidas hacia el abismo del oasis del conformismo. Es una especie de "! No a la guerra¡" reconvertido en un "!No a la discrepancia¡". El pastor (ideológico) y su dócil rebaño (adoctrinado y subvencionado en la indigencia mental). ¿No es lo políticamente correcto un "Big Brother" en el fondo?.

Hay sociedades, comunidades humanas, que también viven en permanente estado de adolescencia. Son las sociedades incapaces de crecer con los tiempos, con las nuevas épocas históricas. Son países que parecen incapaces de dejar atrás el pasado reciente y fortalecerse ante el futuro. España es uno de ellos.

Después de más de treinta años de democracia estamos lejos de la madurez. Seguimos en la adolescencia política. Formando parte de Europa no podemos compararnos con los restantes países europeos puesto que mientras aquellos tienen bien delimitadas sus administraciones y sus funciones políticas, en España todavía estamos discutiendo, (¡35 years now!) la composición y estructura del Estado.

Esta falta de decisión final ha sido siempre aprovechada por los fenicios periféricos en su incansable afán por succionar más y más competencias del Estado común pero también lo ha sido por otros partidos no nacionalistas. Mientras a nadie se le ocurriría en Inglaterra chantajear a nadie con demandas imposibles o contrarios al espíritu del beneficio común (independientemente de que no fuesen nacionalistas Nick Clegg no chantajeó a David Cameron) ni es pensable algo parecido en Francia (con su modelo jacobino) o Alemania (con el federalismo de sus länders), etc., en España la moneda común es el chantaje permanente con el fin de debilitar como sea al Estado. Eso es un enfermizo afán egoísta sin medida que destroza toda la solidaridad que debería de tener un país.

España debe de cerrar ya su Estado autonómico para poner blanco sobre negro cuales son las reglas de juego de todos (no sólo las de algunos) que la Constitución no supo aclarar suficientemente en su día.

Si España no cierra ya su estado autonómico no habrá estabilidad política posible. Formar Gobiernos y coaliciones eventuales no puede estar sujeto a poder sacar o ceder más competencias que disgregan y dificultan la gobernabilidad del país.

Hay que hacer ver a quienes muestran una perpetua reivindicación que todos debemos a todos. Los catalanes deben de dejar el papel de víctimas histéricas de la historia. Deben de aceptar que muchos de sus logros económicos están basados en el trabajo de otros españoles que inmigraron a la bella Cataluña y la hicieron grande con su aportación laboral. Los productos catalanes fabricados por esos inmigrantes fueron vendidos a y en los lugares de donde procedían quienes los fabricaban en tierras catalanas. ¿Quién debe a quien?. ¿Sería Cataluña tan rica si no tuviese su mercado consumista a una hora de tren?. Mismo ejemplo para los vascos.

Salvadas y salvaguardadas ya las peculiaridades identitarias que algunos piensan imprescindibles para ser felices y comer perdices todos los días sólo falta ya incardinarlas legalmente en el Estado común para que todos podamos también ser felices y comer las mismas perdices.

Dejemos ya la adolescencia de la España democrática y todas sus excentricidades e inauguremos ya la etapa de madurez donde todos sepamos cuáles son las reglas de juego sin posibilidad de más cambios ni más chantajes interesados. Ah! Y dejemos en paz a los jóvenes.