Paseo de Augusto Miranda en los años de la República. A la derecha parte de la casa Ládico. A continuación la casa Valls que después perteneció a los Florit Guineu - Foto R. V. Pons (archivo M. Caules)

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Escrito dirigido a la señora Sol Miranda Fernández, que el 17 del presente escribió al Menorca sorprendida por la situación del busto de D. Augusto Miranda Godoy.

He de comunicarle, que aprovechando el material que poseo al respecto, tal vez dejándome llevar por mi vena romántica a la vez que infantil, por haber nacido y transcurrido mi primer capítulo de la vida en aquel barrio, por la infinidad de anécdotas del lugar, en vista que nadie le ha contestado, me permito dirigirme a usted. Teniendo en cuenta que hay mucho por decir, algo que no haré, en aquests moments, no m'és possible.

Decirle, que he tenido la oportunidad de verla mirando hacia la Estación Naval, para mí, la más certera no en vano, fue parte importante. La giraron, se la llevaron a la cuesta de na Gilda, a un almacén o vertedero de trastos y de nuevo donde se pensó y recordar aquell gran homo y de paso yo hago lo propio con el escultor alemán D. Waldemar Fenn, que la realizó. Y que tantísimas acusaciones y críticas negativas tuvo que soportar, muchas más que positivas en torno a su obra.

Recuerdo aquel matrimonio encantador, en su finca dalt el Fonduco. Siendo mi padre el mecánico del automóvil del señor Fenn, allí acudí cantidad de veces, tampoco olvidé el sabroso pastel que la señora Fenn me obsequiaba, una especie de plum cake, relleno de pasas de corinto y piñones, con sabor a chocolate.

Al cerrar los ojos, veo aquella bondadosa mujer con bata floreada, hoy diríamos de estilo romántico, sentada en una butaca de mimbre situada junto a otras con grandes almohadones todo ello entre macetas de hortensias, hojas de salón, entre otras variedades, todas ellas majestuosas en aquella especie de invernadero o balconada que miraba a la entrada a la vez que camino que conducía desde la carretera de Villa-Carlos hasta la casa. Ésta era mi visión de niña. Me llamaban la atención enormes cuadros realizados por Fenn. Lamentablemente, en estos instantes no recuerdo como se llamaba la esposa del artista, algo que lamento profundamente. Me sap molt de greu. Han debido ser los años transcurridos, que lamentablemente han hecho un surco irreparable.

Mi padre los conoció en el 26, a través del señor Moncada. Por aquel entonces vivían en la carretera de Sant Lluís en el chalé Villa Antoñita. En el jardín se encontraban varias esculturas, entre ellas la del almirante trabajada en yeso.

El mecánico de la Mola, me explicó que le impresionaron una figura de mujer que llevaba el titulo de Amazona, otra llamada La Primavera y Salomé, la hija de Herodías. Mi padre siempre, se preguntó qué se habrían hecho, principalmente un busto de una hermosa mujer y otra de un niño. Era tal la admiración de aquél hacia su amigo alemán, que entre sus papeles archivados se encuentra una hoja de periódico, amarillento y atacado pels peixets que me hablan que también hizo una figurilla reproduciendo a su esposa que posó poco antes de casarse. En aquellos momentos en que el escultor alemán trabajaba en el busto de Augusto Miranda, llevó algunas negociaciones con el Ateneo Mahonés, de manos del concejal D. Pelegrín de Moncada, para regalar un busto de Bethoven que en actitud de meditación, encrespada la espléndida cabellera, amplia la frente.

Creo conveniente antes de continuar, dar a conocer al escultor. Waldemar Fenn nació en Francior ( Maine). En Friburgo (Baden) cursó bachillerato y en Estrasburgo (Alsacia) fue alumno de la escuela Superior de Bellas Artes. Más tarde en la Universidad de aquella misma ciudad estudió anatomía, historia de las artes y arqueología. Mientras trabajaba voluntariamente en el taller del señor Hellig, arquitecto especializado en templos.

Dedicado definitivamente a la escultura, hizo sus estudios en Munich y en Berlín. En Roma obtuvo el premio de escultura ofrecido por el Duque de Hobenloche, y después de un año de permanencia en la capital de Italia pasó a Nápoles y de allí a Florencia.

De vuelta a Estrasburgo cooperó en la habilitación del Museo Arqueológico de Alsacia-Lorena siendo llamado a Berna (Suiza) para esculpir grandes estatuas con destino a la casa Consistorial y al Parlamento.

En viaje de estudios especiales recorrió París, Bruselas y Viena. De regreso a Alemania levantó varios monumentos, entre ellos uno dedicado al emperador Maximiliano en Friburgo de gran tamaño y en mármol de Carrara, por encargo de la ciudad.

Trabajó luego por encargo del Kaiser el monumento a San Miguel en hierro, de cuyo proyecto era el autor, confiándole también el emperador las obras de reconstrucción del castillo Romano de Sealburg, situado cerca de Francior.

Durante su permanencia en este último sitio, modeló su Amazona, obra magistral de la que se han hecho innumerables reproducciones en bronce, repartidas por diversos países la Primavera y otras varias obras de indiscutible mérito.

Al estallar la gran guerra en 1914, hubo de suspender sus trabajos artísticos para ingresar en el Ejército de su nación, en cuyas filas sirvió en su regimiento primero y en la brigada de Infantería en la Maligna Siete. Por sus hechos de armas fue condecorado con la Gran Cruz de Hierro. Pocos meses antes de firmarse el armisticio se vio precisado a abandonar los campos de batalla por su grave estado de extenuación física.

Una vez restablecido fundó en una finca de propiedad situada en Liberlingen (Bodensee) a orillas del lago Constanza, una fundición de bronce. Allí concibió y modeló el magnifico busto de Beethoven, amén de otras muchas obras que fueron por el reproducidas en aquel metal.

Deseando conocer España, su belleza y sus monumentos salió de Alemania y en su propio auto y pasando por Zurich, Milán, Génova, y Marsella, llegó a Barcelona.
En Barcelona embarcó para Baleares y tal fue la impresión que recibió en este país de la luz y del color, de la amabilidad y honradez de estos isleños que decidió pasar largas temporadas en ellas. Instalándose en Menorca, donde halló la pasión de su vida la arqueología, empezando a investigar desde el primer momento. Con frecuencia salía a pie de su casa dirigiéndose por el camí Verd, hacia Trepucó, donde la noche se le echaba encima sin darse cuenta. Repitiendo con frecuencia lo sorprendente de la importancia de sus monumentos primitivos y sobre todo de la de los megalíticos que nuestra isla encierra.

El encargo recibido de la Ciudad de Mahón de llevar a efecto el monumento proyectado a la memoria del Almirante Miranda le proporcionó la satisfacción de mostrar de modo bien patente la gratitud y simpatía que sentía por nuestra isla a la que daba el nombre de Encantada.

Pasaron los años, atrás quedó el 16 de julio de 1927 en que se inauguró el monumento en la antigua plaza de san Fernando, rebautizada por la del almirante y el disgusto de la mayoría de mahoneses se cernía en que en la misma precisaban algo alegórico a D. Pedro María Cardona, orador como nadie de nuestro puerto. La brillantez del entonces capitán de Artillería del Ejercito don Francisco Álvarez Cienfuegos, y don José Riera y Alemany, con su intervención, siempre en bien y a favor de la Estación Naval, con sus estudios publicados sobre la misma. Todos ellos gracias al ministro de marina don Augusto Miranda Godoy, que nadie dudo jamás de sus méritos y apoyo, pero siempre manteniendo que los antes citados, fueron piezas fundamentales para que Miranda conociera y supiera del puerto de Mahón.

Mientras voy finalizando la presente xerradeta, soy consciente que en otro momento volveré sobre el tema, hay mucho por decir, en especial, ahí quedó sin citar la parte más importante del escultor y su obra cumbre, el libro que publicó en 1950, titulado Gráfica prehistórica de España y el origen de la cultura europea. Jorge Mª Rivero Meneses, se lamenta que el ilustre arqueólogo germano Waldemar Fenn consagró la última parte de su vida a demostrar que la Península Ibérica había sido la cuna de la civilización, establecido en su libro. Nadie mostró el menor interés por publicar un libro clave para descifrar los orígenes de la escritura, por lo que nada debe extrañarnos que más de medio siglo más tarde, la Arqueología siga buscando la cuna de la escritura en las antípodas de donde se encuentra. Julio Cejador y Waldemar Fenn son hombres y nombres hoy absolutamente desconocidos. Al francés Champollion, sin embargo, cuyo descubrimiento está a miles de años luz en importancia de los realizados por Cejador y Fenn, le conocen hasta los escolares. Resulta patético. (Sic).

Señora Miranda Fernández, tal como decía a principio del escrito, el tema es tan largo, que si lo desea puede ponerse en contacto con esta servidora e intentaré complacerla.

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margarita.caules@gmail.com