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Siempre se ha proclamado que "pasear, andar sosegadamente" es el deporte más natural y el más asequible a la mayoría. Ciertamente, los médicos lo recomiendan encarecidamente a determinados pacientes. Mientras mis articulaciones lo permitieron solía andar unos cuatro kilómetros diarios, aunque una parte del recorrido no era saboreado suficientemente porque correspondía a la necesidad de trasladarme de lugares. Pero en cuanto podía, dedicaba el tiempo a sentir el deleite de pasear. Lo perdí al crecer las limitaciones de movilidad, dejé de pasear. Andaba muchos metros por los pasillos del Hospital Mateu Orfila, pero no paseaba. La actividad muscular se reducía de "coche a edificio, y de edificio a coche".

Ahora, en mi nueva situación de mayor limitación, he reencontrado el gusto de pasear, aunque todavía no lo haya experimentado en la calle. Pero en el patio interior de mi actual casa, patio de profundidad notable, paseo durante casi una hora, disfrutando del sol, del aire, de la contemplación de un llamativo níspero, de un naranjo, de unos árboles de jardines vecinos. Y los domingos dedico también parte de mi estancia en casa de mis sobrinas a pasear por los jardines de sus viviendas. Estoy experimentando nuevamente el placer de pasear, de que el sol y el aire acaricien mi cara, de que mis pulmones respiren aire no viciado. Confío en poder ampliar horizontes y gozar a diario del placer de pasear.