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A Ponç Pons, con quien me topé en la exposición de Tomeu Febrer. Por su fidelidad en la amistad. Por su preocupación y afecto por mi familia…

Si alguien te preguntara por qué lo haces, probablemente no sabrías qué responderle. ¿Por qué escribes? Y si supieras, la explicación sería caótica, cúmulo desordenado de razones variopintas inacabables… Todo podría, tal vez, reducirse a un "lo necesito". La escritura es desahogo, huida, propuesta, donación, análisis, creación de otros mundos, juego, pasión, comezón, prurito, queja, lamento, recuerdo, es… Y es, hoy domingo, necesidad de decirle a alguien que Roig se encuentra mal. Su dolencia (de corazón fatigado por excesos de amor gratuito) recorre los últimos tramos de un camino en el que estáis inmersos todos, sin saber, a ciencia cierta, la distancia que os separa todavía de la meta… Es el mismo corazón que buscaba incesantemente a tu madre por el piso deshabitado tres años después de su muerte y, en su deambular, lloraba y se agitaba y te miraba como preguntándote dónde estaba, con respuesta, por tu parte, imposible… Es el mismo corazón que le impulsa a mudarse en estatua, pegado a tus pies, cuando alguna dolencia te exige cama o reposo… Es el mismo corazón que muestra una inequívoca predilección por tu hermana Asunción (al verla, Roig se troca en un demente de locuras nacidas del afecto que le profesa). Es el mismo corazón que cumple a duras penas con su quehacer cotidiano, pero que no puede con sobreañadidos excesos emotivos. Por eso te inquieta salir de casa porque sabes que, a tu regreso, la hiperactividad con la que te recibe y con la que expresa su amor por ti, puede ser letal. Dos desmayos recientes lo atestiguan… Por eso, al entrar, ya de vuelta de lo que sea, te sientas junto a él en el suelo y lo acaricias e intentas asedarlo para que Roig no se te quede allí, entre tus brazos, muerto por una alegría, muerto por afecto… No sé si algún humano habrá muerto nunca de tan honesta dolencia… Probablemente esa será la que cerrará sus días, en un momento dado que esperas lejano, aunque temes cercano… Por eso escribes hoy, para que él tenga constancia –inmejorable compañero de andaduras literarias– de lo mucho que le debes y quieres. Después de todo su mal cuadra con su vida. Dice Tolo, amigo y veterinario, que su corazón es demasiado grande, para un cuerpo tan pequeño. Y acierta con la herida…

Pero todavía está aquí, a tu vera, con su patita apoyada sobre una de tus piernas, preocupado por el artículo que, sin saberlo, protagoniza él hoy de manera especial. Y disimulas… Inútilmente…

- La exposición de juguetes antiguos de Tomeu Febrer es una "pasada", Roig…

- Es un buen hombre –te contesta–.

- Lo es…

- ¿Sentiste nostalgia? –te inquiere-.

-Sí… Los objetos –algunos- son mágicos, Roig…
-¿Mágicos?

- Pueden retrotraerte al pasado… En la exposición había un "Cinexin". Tuvimos uno en casa… Al verlo recobré mi infancia. Y me vi en la vieja casa de "Rector Mort"… Mi madre cantaba y mi padre daba clases de Matemáticas en el porche. Marga hablaba por teléfono: uno de esos teléfonos negros a lo Bogart colgado de la pared y cuyo número, inexplicablemente, recuerdo (1466). Asun escuchaba "Perdóname" del Dúo Dinámico en un tocadiscos… Tras la ventana del comedor granizaba. Sé que ese recuerdo se corresponde con un día muy concreto, en un momento muy preciso...

- ¿Erais felices?

- Lo fuimos.

- ¿Pese a la pobreza?

- Quizás debido a ella… La pobreza habitaba en todo el barrio. Podía escoger diariamente distinto cobijo. Fue ella la que moldeó una generación solidaria. La necesidad nos igualaba. Cada vecino entendía al otro, porque, hasta cierto punto, vivíamos todos bajo una misma piel.

- ¿Lo echas en falta?

- Mucho… Sé que habrá un puntito de idealización, de melancolía, de añoranza presencial de los que nos dejaron en mala hora… Pero sé también que, sin saberlo, anidaba ahí una humanidad que se está extinguiendo

-¿El progreso?

- No el auténtico progreso…

- ¿Delibes?

- Otra vez Delibes, Roig… Fue él quien señaló que si por progreso se entendía tener más comodidades habíamos ciertamente progresado, pero que si progreso consistía en ser más solidario y humano, habíamos estrepitosamente fracasado…

Y cierras tus reflexiones, porque los ojos de Roig se han desdibujado, perdiendo ese brillo que le caracteriza. Lo acaricias. Y te consuela el tenerlo aún. Y la certeza del amor que le darás hasta el último hálito. De repente ironiza:

- ¿Hubo autoridades en la exposición?

- Muchas. Y todas dieron muestras de una enorme cordialidad…

- ¿Jugaron?

- No…

- Tal vez deberían hacerlo cuando en los debates se pusieran las cosas chungas…

- ¿Qué?

- Una exposición permanente de juguetes pegada a los salones de plenos…

- ¿Para?

- Para que los interrumpieran en los momentos de crispación y se encerraran en esa habitación todos juntitos y se dedicaran a jugar y a recobrar su infancia y todos esos valores que anidaron en ella: solidaridad, inocencia, pureza… Los juguetes siempre han sido altamente educativos…

Sueltas una carcajada. Y Roig mueve el rabo. Hemos vivido unos momentos divertidos evocando la muestra de Febrer. Nadie podrá arrebatárnoslos. Como nadie podrá arrebatarte esa infancia en la que todo estaba aún por escribir... Roig sólo tiene un juguete: tu vieja zapatilla. Y con eso le basta. La solidaridad, la inocencia, la pureza de la infancia que irradian los juguetes las lleva puestas Roig a pelo, desde su nacimiento. Habitan en un corazón, efectivamente, demasiado grande y hoy exhausto por un continuo estar amando en demasía…