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En el panorama de la poesía lírica castellana de posguerra destaca sobremanera la llamada generación de los años cincuenta o de medio siglo. Integrada por un grupo de poetas, a la sazón jóvenes, nacidos entre los años 1925 y 1934, la componen Ángel González, José A. Valente, Francisco Brines , Claudio Rodríguez y quienes, dentro de ella, constituyen el denominado grupo catalán de los 50 o la Escuela de Barcelona: Carlos Barral, José A. Goytisolo y Jaime Gil de Biedma.

Deudores, en cierta medida, de los grandes creadores de la poesía social ( Blas de Otero y Gabriel Celaya), comparten con ellos la visión crítica de la realidad, unas actitudes éticas comunes y una atención a los problemas de la colectividad: la preocupación del hombre en dialéctica con el medio, el inconformismo y la denuncia, las referencias realistas a la vida cotidiana y el sentido de la solidaridad y el compromiso.

Una de sus características fundamentales es su actitud humanista, su preocupación por los problemas del ser humano, tanto morales y sociales como existenciales e históricos. Asimismo se advierte en sus respectivas obras una clara voluntad de estilo así como un regreso a los eternos temas de la poesía-amor, soledad, dolor, muerte -y a otros más personales- amistad, familia, recuerdos biográficos-.

La obra de Jaime Gil de Biedma se considera fundamental dentro de su generación y ocupa un lugar relevante en el panorama literario español del siglo XX. Su poesía representa la búsqueda y la invención de una identidad consciente del inexorable transcurrir del tiempo, mientras el poeta se aferra, mitificándolos, a los fugaces momentos de felicidad que la vida depara. El amor y la amistad son, para él, modos de vencer a la muerte. Por su parte, la inteligencia, la autenticidad y una actitud ética frente al mundo son los valores indispensables para vivir con dignidad la fugacidad de la vida. Él mismo definió su poética con estos rasgos característicos: la ironía, el deseo de ensueño, una sordina romántica y una manifiesta obsesión por el recuerdo como sustento de un presente desalentador.

El distanciamiento irónico es el principal recurso del que se vale para enfrentarse a su incorregible tendencia a la mitificación de sí mismo, de su mundo, de sus amigos, de su pasado y su ciudad. En su breve obra poética, aparece constantemente un tiempo mitificado: la infancia, el compartido con los amigos y el del amor, presentado las más de las veces como un puro erotismo(…) De mi pequeño reino afortunado/me quedó esta costumbre de calor/y una imposible propensión al mito.

El cariz social de su poesía se debe a un impulso moral que se fundamenta en la necesidad de reafirmar su identidad individual dentro de un panorama histórico corrupto. Sin embargo, la creación del mito personal que se querría ser entra en conflicto con lo que, realmente, se es, en la misma línea de su amigo y referente importante Luis Cernuda, quien había acuñado ya antes el conflicto entre la realidad y el deseo. Hay en su obra una permanente lucha con el tiempo y de la que resulta siempre una sensación de fracaso por lo no realizado, que le impulsa al estoicismo, que evite la autodestrucción. Una lucha, por otra parte, que le provoca un cansancio y una desmoralización, habida cuenta de lo negativo de la experiencia: Que la vida iba en serio/uno lo empieza a comprender más tarde/Dejar huella quería/ y marcharme entre aplausos/Pero ha pasado el tiempo/y la verdad desagradable asoma/envejecer, morir,/es el único argumento de la obra.

Nacido en el seno de una familia de la alta burguesía, con el tiempo abomina literariamente de su clase social y de lo que realmente fue: un señorito de nacimiento: (…) Mi infancia eran recuerdos de una casa/con escuela y despensa y llave en el ropero,/de cuando las familias acomodadas/veraneaban infinitamente/ en Villa Estefanía o en La Torre/del Mirador(…). Sus poemarios Compañeros de viaje(1959) y Moralidades(1965) integran el componente más social de su obra, con poemas que contienen una gran carga de denuncia política en los que evoca la hipocresía burguesa -sometida a una crítica mordaz-, la miseria del sistema capitalista o la opresión del pueblo por la España franquista. Especialmente relevante es su poema Barcelona ja no és bona o mi paseo solitario en primavera en el que se hace patente su adhesión a la clase explotada y la deserción de Jaime de la que lo viera nacer(…) mientras oigo a estos chavas nacidos en el Sur/hablarse en catalán, y pienso, a un mismo tiempo/en mi pasado y su porvenir/ Sean ellos sin más preparación/que su instinto de vida/más fuertes al final que el patrón que les paga/ y que el salta-taulells que les desprecia:/que la ciudad les pertenezca un día./Como les pertenece esta montaña,/este despedazado anfiteatro/de las nostalgias de la burguesía./

Tras la publicación de Poemas póstumos(1968), el poeta padeció una grave crisis que le obligó a abandonar la creación literaria, sumido en un total nihilismo, no sin antes dejarnos sus memorias en Diario de un poeta seriamente enfermo (1974). El conformismo y el desencanto que impregnan el mundo intelectual de izquierdas, después de la transición a la democracia en nuestro país, le abocaron al desencanto y al retiro, enfermo y presintiendo la proximidad de la muerte. Leemos en su poema De vita beata: En un viejo país ineficiente,/algo así como España entre dos guerras/civiles,en un pueblo junto al mar,/poseer una casa y poca hacienda/y memoria ninguna. No leer,/no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,/y vivir como un noble arruinado/entre las ruinas de mi inteligencia./ Esta desolación le acompañó hasta su muerte , víctima del sida, el mes de enero de 1990. Antes, sin embargo, se había publicado su obra antológica, que recogía su recorrido vital e ideológico en el que el poeta integró vida y memoria, bajo el título de Las personas del verbo(1982). Su identificación con los postulados marxistas, en franca contradicción con su naturaleza de burgués instalado y su condición de homosexual reconocido le convirtieron en un personaje controvertido, el poeta maldito de la generación, de la que es uno de sus principales exponentes. Transcurridos ya más de veinte años de su muerte, es indiscutible la vigencia de su obra en el panorama de nuestra poesía más viva y la memoria de uno de los poetas más influyentes del fin del siglo XX.