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La sensación de que las grandes compañías nos manejan como les da la gana y de que nuestro derecho fundamental a ser respetados se vulnera con mucha frecuencia es cada día, para mí, más insoportable.

Tener que hablar con máquinas que solo admiten una respuesta válida a sus inquisitivas preguntas y que, además, has de esforzarte en decirlo alto y claro modulando la voz para que entre dentro de los standards aceptados por el aparatejo, es una de las cosas más bochornosas que se pueden experimentar. Esa sensación de que nadie te escucha, de no tener una persona al otro lado que te atienda y a la que le puedas explicar tu situación concreta, ésa, que no está dentro del listado que la máquina acepta como respuesta válida.

Y si encima sucede después de que esperas y esperas en un teléfono que te han descolgado a la primera pero que solo ha sido para decirte que "todos sus operadores están ocupados en ese preciso momento" y te dejan a la espera con la música repetitiva del himno de la compañía; cuando van pasando los minutos y caes en la cuenta de que has llamado a uno de esos números que tienen una tarifa más alta y que tu dinero debe de estar engrosando las arcas del operador telefónico, entonces ya es para gritar.

Si aún así uno ha tenido paciencia, entereza y sangre fría y consigue, al cabo de diez minutos, que una voz humana resuene al otro lado, no dar gracias a los dioses porque todavía queda purgatorio por pasar. Ahora empiezan las preguntas sistemáticas aprendidas de memoria y con un tono que pretende ser amable utilizando la técnica de "sonríe mientras hablas". Y va y te suelta la operadora:

"¡Buenos días! mi nombre es Vanessa ¿cómo se llama para poder dirigirme a usted?"

Tras hacerse con tu nombre sigue atendiéndote:

"Encantada "señora" Aurora, ¿en que puedo ayudarla?"

"Buenos días Vanessa. Verá es que su compañía me ha pasado un recibo incorrecto y quisiera solucionarlo"

Y aquí empieza la historia kafkiana. Tras darle pelos y señales del tema durante un tiempo considerable me sale con que esto es de otro departamento: "manténgase a la espera"; que se corta la llamada; que vuelvo a marcar; que vuelvo a hablar con las máquinas; que vuelve a ponerse otra telefonista con otro nombre y le vuelvo a contar mi vida que vuelve a dejarme a la espera que me pasan con otra; que aquí tampoco es; que haga usted un escrito; que no sabemos cuando contestarán porque el sistema del proceso de tramitación requiere un mínimo de quince días desde la recepción de su escrito vía correo ordinario y a veces son más porque están desbordados…..

¡Ahhh! Una tila, en este punto necesito una tila. En fin, trago saliva y sigo adelante pues la necesidad de ayuda me coloca en la realidad.

Y entonces, tras sentirse uno vapuleado, se le ocurre la genialidad de pedir hablar con el supervisor. ¡Nos caímos con todo el equipo! Aquí ya la voz deja de sonreír y la tirantez se masca. Te dejan a la espera,… música…. más música… ya me sé el himno…y ¡me cuelgan!, sí, sí ¡me cuelgan!

Aquí, sinceramente, solo hay una solución y es la que hace unos días tomé. Volví a llamar a la compañía, contesté a la máquina con un monosílabo mágico tras preguntar por el motivo de mi llamada, "contratar" y a los dos segundos un operador se puso:

"Buenos días, mi nombre es Francisco Úbeda, ¿me dice su nombre para poder dirigirme a usted?"

Y entonces cogí aire, estiré mi tórax y con todo el orgullo posible empecé a entonar el himno de su empresa mientras él, alucinado, oí que gritaba repetidas veces algo así como ¿se está Vd. quedando conmigo?