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Un amigo me invita a reflexionar sobre los nuevos problemas de los adolescentes en situación de riesgo social. Chavales de familias acomodadas, con sus necesidades materiales más que cubiertas pero aquejados de soledad, que comparten pisos tutelados con los, hasta ahora, únicos inquilinos, aquellos que vienen de hogares rotos por el alcohol, las drogas, la ruina económica, la prisión de sus progenitores y otras circunstancias similares.

Los padres de estos pobres niños ricos eligieron el éxito profesional en detrimento del tiempo dedicado a sus hijos, y ahora la decisión les pasa factura en forma de conflictos, agresividad y distanciamiento. El problema se califica ya como un nuevo tipo de malos tratos, negligencia por omisión del deber.

Muchas mujeres, no ya en pos de una brillante carrera sino de un trabajo acorde con su formación y sus ilusiones, afrontan ese dilema, y si no fuera por una legión de abuelos y por el colchón que supone la familia las consultas de los psicólogos estarían aún más abarrotadas. Creo que no se debe culpabilizar a la madre trabajadora, ya que la responsabilidad sobre los hijos es compartida. Aunque también siento a mi pesar que el sacrificio puede ser excesivo; que el amor a la profesión se entrega con pocas esperanzas de que sea correspondido, mientras que el que se profesa a los hijos, sin esperar nada a cambio, suele ser devuelto con creces.