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Todos los partidos aspiran a detentar el poder, nadie se conforma con ocupar los duros sillones de la oposición, y si el triunfo se augura inalcanzable se pelea sin desmayo para actuar al menos de bisagra, que es otra manera de ejercer el poder. De todos modos, pintan bastos para los partidos minoritarios. El caso más reciente es el que ratifica que la corrupción ha hundido a Unió Mallorquina.

La corrupción se ha cobrado relevantes bajas políticas. Jaume Matas y Maria Antònia Munar, los otrora indiscutidos dirigentes del PP y Unió Mallorquina, serán los grandes ausentes en una nueva contienda electoral que no creo vaya a deparar sorpresas mayúsculas. Y debido igualmente a la corrupción, las fuerzas del centro-derecha tampoco pueden contar con otros destacados personajes.

Las formaciones minoritarias no ignoran que su influencia política está supeditada a que las urnas del 22 de mayo les permitan desempeñar el papel de bisagra en el gobierno de las instituciones públicas. El hecho de que el PP decidiera excluir de sus listas a los políticos con imputaciones judiciales derivó en la sonada salida del exconseller Jaume Font, quien ha optado por promover la Lliga Regionalista de Balears con el objetivo de mantenerse a flote políticamente en un centro-derecha no nacionalista. Inicialmente se había apuntado la posibilidad de un entendimiento de la Lliga con UM, pero esta última ha pasado a la triste historia de la corrupción balear, si bien, a modo de triple salto mortal, Josep Melià la ha reconvertido en Convergència per les Illes. El afán de tocar poder, el afán de actuar como poderosa bisagra en las instituciones propicia a veces unas transformaciones realmente chocantes, si es preciso al margen de cuantas consideraciones tengan que ver con la honestidad o la dignidad. Valores estos que no se adquieren naturalmente con un simple cambio de siglas y la consiguiente huida hacia adelante. Porque no cabe caer en la ingenuidad de creer que un cambio de nombre, mediante el recurso del borrón y cuenta nueva, obrará sin más el milagro de que los votantes se olviden de los comportamientos corruptos.

No hay que extrañarse, por otra parte, si Francesc Antich muestra una seria preocupación ante los resultados que pueda obtener el PSOE el 22-M. Entre otras cosas porque el PSIB, aun siendo un partido mayoritario, es menos mayoritario que el PP de José Ramón Bauzá. Y además, carga con el fuerte descrédito derivado de la crisis económica. El PSOE es consciente del severo castigo que le aguarda en las urnas y de ahí que a Antich le interese mantener abiertas las puertas a cuantas fuerzas puedan ayudarle de manera decisiva para continuar en el Consolat de Mar.

En cuanto a la Convergència de Josep Melià, parece cantado que le gustaría poseer la llave del Consolat, pero el historial de corrupción acumulado por la extinta UM dificultaría muchísimo un acuerdo para entrar como socio en un hipotético gobierno presidido por los socialistas. Esta vez Melià quizá podría entenderse mejor con el PP, partido igualmente muy marcado por la corrupción. El conservador Bauzá no debe descartar que vaya a necesitar una buena cantidad de votos procedentes del centrismo -aunque sea nacionalista- para asegurarse una mayoría absoluta. Claro que la cita de mayo deberá desvelar previamente si Convergència per les Illes consigue sobrevivir y en qué condiciones.

Otro partido que aspira a ejercer de bisagra es la Lliga de Jaume Font. Contemplada su presencia en la política mallorquina desde una perspectiva optimista, la desaparición de UM y los problemas a afrontar por una Convergència recién constituida podrían ayudarle a desempeñar tal papel en el Consell de Mallorca. Pero Font tiene que demostrar primero el grado de implantación que conseguirá en la isla mayor y a partir de ahí sopesar la viabilidad o no de negociar ofertas que puedan plantearle desde los partidos mayoritarios.

A propósito de nuevas siglas y de tanta movilidad como exhiben ciertos personajes, también hay que referirse a Unió Menorquina, fuerza que lidera Irene Coll, la conocida edil de Es Castell que inició su carrera política en el PSOE y prosiguió más tarde en el regionalismo centrista. A UMe le encantaría por supuesto poder cumplir la función de bisagra en el Consell de Menorca, pero me temo que sus posibilidades son francamente escasas. En el Consell menorquín el PSOE cuenta con la segura alianza del PSM, que suele partir con una ventaja indiscutible, la estricta fidelidad de su electorado. UMe podría soñar con actuar de bisagra siempre que obtuviera un escaño en la corporación insular, meta harto difícil de alcanzar, y ese escaño fuera el que concediera la mayoría al PP de Santiago Tadeo. Por ahora, pues, se queda en un mero sueño de primavera. Y no debe olvidarse, por otro lado, el riesgo que asumió en su día UMe para implantarse en Ciutadella al confiar en los controvertidos concejales del Grupo Mixto. No pretendo cuestionar la valentía de Irene Coll, pero a saber si esta decisión, a tenor de la gestión y trayectoria de los exediles del PP, en lugar de sumar conduce directamente al batacazo.

Se avecinan unas semanas de intensa actividad para los partidos mayoritarios, que en función de los resultados del 22-M es probable que se vean obligados a recurrir al pacto con otras fuerzas; y también para los partidos minoritarios y sobre todo para tres de los que aspiran a participar en la conformación de mayorías de gobierno: Convergència per les Illes, Lliga Regionalista de Balears y Unió Menorquina.

En cualquier caso, la crisis económica, la corrupción y el distanciamiento ciudadano de la política son tres frentes que no podrán ignorarse. Todos los partidos saben que los electores se muestran cada vez más exigentes. Deberán evitar por tanto que un cálculo erróneo en el diseño de ciertas estrategias o la confluencia de unas propuestas disparatadas se sumen a los frentes mencionados y contribuyan mayormente al crecimiento de la abstención electoral, lo cual restaría unos votos muy valiosos. Valga el aviso porque a partir del 23 de mayo sobrarán, por inútiles, todos los lamentos.