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Hace unos días compartía con ustedes, lectores, mi opinión sobre la necesidad de encontrar héroes en nuestra convulsa sociedad. Esas personas que no se venden, que son íntegras, que piensan en el bien común, que no se han contagiado de las vanidades actuales y del "todo vale".

El pasado viernes tuve la suerte de verificar que existen esas personas aunque su ámbito de actuación es tan poco lucido que pasan inadvertidas. No se las ve en foros, ni exhiben sus logros en fiestas, ni en las fotos de los diarios, ni en el glamour social. No se las puede votar, no dirigen gobiernos, no tienen facebook personal ni hacen mítines multitudinarios para convencer a las masas con palabras huecas ni con promesas vanas. Son personas, en este caso mujeres, que ayudan desde la discreción, desde la caridad y los principios morales más profundos, que no dicen lo que hacen pero que sí hacen lo que deben. Son las Hijas de la Caridad y las llamadas voluntarias Vicencianas herederas de la congregación fundada por San Vicente de Paul allá en el siglo XVII

Sor Catalina Verdera, Hija de la Caridad y antigua directora del Colegio San José de Mahón, vino, una vez más, a animar a las Hermanas y a las voluntarias. Dejó su trabajo cotidiano entre mujeres abandonadas y enfermas que recoge en "Llar de Pau" en la zona alta de Barcelona, para ayudar a recordar no solo la importancia del trabajo que hacen estas voluntarias en medio de una sociedad como la nuestra, injusta y olvidadiza con el más débil, sino el profundo respeto y amor que el más pobre de los pobres ha de recibir de aquel que se acerque a ayudarle.

Sor Catalina ahondó en una comparación entre la sociedad de aquel siglo XVII con la nuestra del siglo XXI, donde la crisis actual con su presión fiscal, el paro, la subida de los precios de los productos básicos como son comida y vivienda, la falta de ayudas económicas por parte de las entidades bancarias, el cierre de la industria, la inmigración… sumado a la falta de valores y la creciente ración de ego que nos inyectamos a diario, hacen de los más débiles víctimas de la injusticia y la pobreza.

En 1633 Vicente de Paúl y Luisa Marillac fundaron la comunidad de "las Hijas de la Caridad" en una Francia decadente que tenía sus calles inundadas de pobres y enfermos. Leo en una de las páginas de la biografía de San Vicente una anécdota que ya quisiéramos poder narrar como noticia en las páginas de nuestros diarios o en las noticias de los telediarios. Cito textualmente:

En 1653, la familia de Vicente sufrió graves pérdidas materiales como resultado de la guerra civil. Diversos amigos le reportaron la situación en que vivía: "…si usted no se compadece de ellos, les va a costar sobrevivir. Algunos han muerto durante la guerra y todavía quedan algunos que andan pidiendo limosna".

Vicente sintió rebrotar la antigua tentación de su juventud: hacer de su sacerdocio un medio de trampolín familiar. La rechazó. Se prohibió a sí mismo ayudar a sus parientes con dinero de la comunidad, aunque podría haber tenido derecho a ello: ¿no había socorrido así a miles de pobres? Sin embargo, de haberlo hecho, hubiera sido un escándalo y un precedente muy peligroso.

¿Cómo lo resolvió? Destinó para ello un donativo dado con anterioridad destinado para ese fin por el Sr. Du Fresne, que en determinado momento había utilizado para otros fines (que por providencia habían sido suspendidos). Luego de consultar y pedir el consentimiento de la comunidad hizo llegar a su familia dicho donativo.

Una vez más, Vicente había sabido encontrar el equilibrio exacto entre las exigencias del corazón y las de la virtud, entre la caridad y la justicia.

Desde esta actitud de un hombre del siglo XVII, donde no se había alcanzado la Luna, ni inventado la penicilina, ni existía la proclamación universal de los Derechos Humanos, reflexiono las palabras de Sor Catalina: Nuestra sociedad es el resultado de la suma de las actitudes y el trabajo de todos y cada uno.

Nuestra voz se expresa en las urnas con la elección de nuestros representantes y dirigentes. La suma de todas las voces da como resultado una realidad política y social.

Deberíamos de despegarnos de la actitud que nos domina de pasotismo y de inacción. Nos ponemos por excusa que lo que podemos hacer, de forma individual, no tiene peso en el conjunto. Para ello termino contando una pequeña e ilustrativa historieta de Sor Catalina:
"En un pueblo se acostumbraba a celebrar la fiesta con el vino que cada habitante llevaba y ponía en común echándolo en una gran barrica. Uno de ellos pensó "que más da si yo llevo agua, nadie lo notará"…. El problema es que todos pensaron lo mismo".