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Un mundo frágil es motivo de preocupación para todos los ciudadanos. A las inevitables catástrofes naturales, como la de Japón, se unen los conflictos bélicos en varios países. Libia vive una situación de guerra civil, con la intervención ahora de los aliados, auspiciada por la ONU y con el apoyo de la Liga Árabe. El conflicto a través de los medios de comunicación adquiere tonos de espectáculo y se corre el riesgo de admitir como algo lógico y normal el estado de guerra. Los conflictos armados son siempre un atentado contra los ciudadanos del país que los sufre. La responsabilidad de los gobiernos es evitarlos, por tanto las reacciones posteriores de los aliados, como la que ahora se da en Libia, deben contar con un análisis sobre las causas para desarrollar políticas preventivas. La guerra no es preventiva, es injusta, pero las políticas sí han de pretender evitar el conflicto y no tener que actuar después de que estalle. Gadafi era un dictador con buenas relaciones con la mayor parte de los países que ahora participan en la acción armada en Libia. Se demuestra que las relaciones económicas y las responsabilidades políticas no pueden discurrir por caminos distintos. Habrá que aprender de la historia que ahora se construye.