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No sé a ustedes, pero a mí me preocupa y mucho sentirme al borde de un abismo y con los ojos vendados. Si tenemos que elegir por donde van a ir nuestros pasos que sea libremente y con todos los sentidos despiertos. Renuncio a ser marioneta del primer cafre que aparezca con poderes suficientes para manejar mis hilos, para decirme por donde ir, lo que debo pensar y cuál tiene que ser mi destino final. Y me niego rotundamente a ello porque no existe nada más valioso que la libertad bien entendida, porque la vida son cuatro días o cinco si me apuran, porque pasan velozmente y siempre sin el tiempo suficiente para acabar lo empezado. Si el particular fin de los tiempos nos diera más horas, seguramente acabaríamos muchos de nuestros proyectos y daríamos fin a esa incomprensible costumbre de dejar a nuestras próximas generaciones con la responsabilidad de que sigan y acaben lo que comenzamos, de sentirse obligados a buscar el principio o el casi final de nuestras inacabadas obras o lo que es peor, a arrojar al cubo de la basura lo que habían sido nuestros sueños y esperanzas por aquello del borrón y cuenta nueva. Pero no andan los tiempos para afianzar libertad, más bien parece que están para imponer sombras eternas, para salpicar de sangre las alas de cualquier paloma blanca. Ha habido y parece que otros quieren que siga habiendo rumores de guerra y eso es preocupante porque, el ser humano que es incapaz de buscar y vivir en paz en su propia comunidad, cuenta con todos los números para que le toque la lotería de la destrucción. Que le vamos a hacer, somos así de imbéciles.