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Necesitada está la sociedad actual de personas que con su testimonio vital transmitan esperanza. Carmen Marcén es una de ellas. Falleció el domingo en Quito. Ha sido misionera laica durante casi cuatro años, con su marido Antoni Carreras. Ha estado comprometida con el comercio justo y fue responsable de las tiendas de s'Altra Senalla en Menorca. Después trasladó su misión a Ecuador, donde consiguieron la venta de lana de alpaca a una empresa canadiense. Allí ha colaborado en una iniciativa de horticultura orgánica y en una escuela popular. En las entrevistas, transmitía alegría. "Todo lo que hago me gusta", decía. Y además aprendía quichua, la lengua indígena, ante la sorpresa de las mujeres de esta etnia, acostumbradas a esconder su idioma. Ella resumía sus años en Ecuador "con la palabra esperanza". Su testimonio descubre una trayectoria de una persona creyente, cuya fe la llevó al compromiso con quienes más apoyo necesitan, trabajando por la justicia. Decidió dar su vida y de esa forma la ganó. La Iglesia y muchas entidades solidarias cuentan con testimonios que iluminan estos tiempos de confusión, en los que una persona vale mucho más que mil palabras.