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El otro día en el salón de plenos del Ayuntamiento Excelentísimo de Es Castell, se proyectó el vídeo "Cuarteles para el Pueblo" (que también podía haberse llamado "El Síndrome de Diógenes en el siglo XXI"), promovido por la Associació de Veïns y que trata del "poblema" relativo a las casernas británicas que dan carácter a esta entrañable localidad de belleza inevitable, situada en la bocana del puerto de Mahón.

Después del pase de la película hubo un debate entre los principales candidatos políticos a las próximas elecciones de mayo.

Acudí pronto al evento. Al entrar me giré y vi que estaba. Sonrió. También comprobé que la sala se encontraba llena a rebosar de un público interesado y emocionalmente ávido.

La proyección, un éxito clamoroso; el debate flojo, salvo las intervenciones más lúcidas y coherentes de Marc Pons y Maite Salord.

Algunos, por cierto, insisten en que los edificios son de titularidad privada y que no se puede hacer nada con ellos. Vaya hombre (o mujer), entonces qué hacen empleados públicos entrando y saliendo del cuartel de Ingenieros para no se qué, utilizándose además las habitaciones como cuadras (caballerizas diría un pijo), y amontonando basura con una desidia y mal hacer que nadie evita y que clama a los dioses de Olimpo y del Parnaso juntos.

Y luego está lo de los yogures.

Falta sensibilidad claramente. Lo mínimo que se podría pedir es que los responsables de tal desaguisado, ya que la titularidad privada frena ciertas iniciativas, al menos cuidaran del edificio evitando su deterioro hasta que se consiguiera devolverlo a la comunidad. Me conformaría con que se hubiera quedado como estaba antes de que entraran a saco los Diógenes varios.

En todo caso y volviendo al debate, lo de siempre: buenas intenciones y ninguna propuesta concreta. De todas formas, Marc Pons tenía razón cuando decía que la iniciativa debía partir del Ayuntamiento, con lo cual ¿de qué servía haber convocado allí los candidatos al Consell por más que la mayoría se declararan partidarios de revertir los cuarteles a titularidad pública?

¡Marchando una de Cerros de Úbeda!

Me da la sensación, que salvo en la actitud entusiasta de la población de Es Castell; de el tejido humano de la villa, que ve en los cuarteles además de su posible utilidad como centro educativo, cultural o social, un símbolo de identidad del pueblo, no existe por parte de los representantes políticos ningún entusiasmo para abordar un problema que con el tiempo y la ayuda de algunos se ha convertido, no en un mal sueño, sino en una pesadilla.

Falta sensibilidad, digo, y cuando me refiero a ésta me refiero a la que alimenta el amor por los vestigios históricos como signos de identidad de un pueblo, algo que en Europa se cuida en grado eminente. Cuando uno visita ciertos países se le cae la cara de vergüenza por el nuestro.

No lo olvidemos: el amor por las personas (y por las cosas) es la vía emocional que conduce a la sabiduría, como el pensamiento es la vía racional. Nada se consigue sin entusiasmo como dijo Walt Whitman. El que no se emociona no crece. Me refiero a un crecer verdadero, no a ese pozo sin fondo que es el afán de lucro.

Y que conste que la sensibilidad por los símbolos no está reñida con lo práctico; con la utilidad que pueda darse a edificios históricos. La emoción, junto al interés, es también el motor de lo útil. En una tertulia entre amigos en el café Comercial de Madrid, a la que asistía un viejo profesor de una facultad de Ciencias de la Complutense, le pregunté una vez: "profesor ¿puede haber poesía en las matemáticas? "como broma no está mal" contestó. Efectivamente: no nos engañemos (señores) dos y dos (casi) siempre son cuatro ("y me llevo los que puedo" dirían los Gurtel & friends et alii). Con lo cual emoción sí, pero con los pies en el suelo, que es tanto como decir: Símbolo de identidad por un lado e instituto, centro social o geriátrico por el otro.

De todas formas no soy muy optimista. Tengo la sensación de que si un entusiasta no lo remedia, (prevaleciendo la sangre sobre la horchata) los cuarteles se caerán solos. Entre sus ruinas sobresaldrá una montaña de escombros y en su cúspide destacará una nevera abierta llena de yogures caducados como símbolo de la desidia.

Por cierto: en el vídeo se veían muy bien los yogures aunque muy deteriorados. Ahora tras haber solucionado el enigma de la muerte de las palomas, lo que no me deja dormir es si eran, o no, desnatados.
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terronponce@telefonica.net
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