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Recién amanece en la finca, La Vida.
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La Naturaleza es rigurosa en invierno; pinos y cedros forman un conjunto de árboles que llegan al alma condenándola al ostracismo y ocultándola a tantas vanidades diarias. Poco a poco nos separamos de la verdad; y adentramos en el desierto: la ciudad.
Ahí no conocemos a nadie; ni lo que cansa ni lo que es causa. Lo llamamos, tristeza.

- Y que nos sea ajena.

No mencionamos las cosas –las mentimos–, que es mejor que insinuarlas. No tocamos el destino; nos la jugamos con el Tarot. Con la misa negra, el vudú, la cita a ciegas... Evitamos lo desconocido; las cosas y su esencia. Preferimos la incongruencia.

-¿Valientes?; poco.

Obviar es necesario y sinceramente se hace innecesario. La vida es larga, más larga que cualquier falda. Y aunque amamos nunca somos amados. Pretendemos que el matrimonio sea una razón de ser. Pero no lo es; es temor. Es lo que nos hace casarnos. Aún así somos felices; comemos chips, hamburguesas. El sexo es una empresa, una multinacional. Una tienda en la que pagamos sin rechistar. Si no nos gustamos nos reputamos.

Nos protegemos del hombre. Comentamos el bienestar como si fuera el Gran Estar. Si no lo hay lo inventamos, o se lo robamos al vecino. Nos confirmamos fallando a los amigos y nos conformamos amando bonito.

-¿El porno?, un triunfo. ¿La televisión?; un exceso de aburrido.

Las hojas del árbol –y de la imprenta– son fábula que nos hunde en la miseria; y traslada a la sensación. Ahí sentenciamos nuestra ilusión.

El hombre ha llegado a ser papel y está grapado como si fuera un dominical que devoramos. La desnudez de las chicas fotomatón nos reclama; clama, aclama y lanza como si fuéramos caza.

- Pero no lo somos, somos taza. Nos beben. La exhibición es consecuencia de lo que falta. No queremos ser como los demás; queremos ser diferentes, que es lo original. E indiferentes... Para pagar millones por un cuadro de un pintor que se murió de hambre.

- Y desilusión; ¿aún así pretendemos que nuestros hombros vayan hermanados?

Nos acostamos tarde y juntamos por si nos despiertan los males. Conocemos el sentimiento a través de las telenovelas; ¿y el amor?...
Algunos. El resto vivimos separados. Y adulterados, no reconocemos que fallamos. Nos preparan para el éxito; pero que no aparezca el fracaso. ¿La vergüenza?, una comedia; ¿la vida?, un reality-show de mucha cautela.

De madrugada nos asomamos a la ventana y vemos morenas en los cerebros, toldos en los comercios, policías uniformados. Y gatos, muchos gatos. Nos escondemos bajo los autos, como ellos. O dentro; que es menos cuestionado.

Pero estamos escolarizados, por eso no hay peligro. Basta con tomar un café par no parecer raros. Todos lo hacemos, es lo normal; lo entiende hasta un alienado. Hermanos; pero ignorados. Ni diez eternidades nos descubrirían la verdad.

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Nuestras almas son alas en el desierto. Si hubiera ceguera –e hiciera falta vivir en ella– el bastón ya nos habría orientado. Pero otros han mirado, ¿para qué ver?, ¿para qué insistir en lo pasado?

-Estamos en el desierto, ahí no hay bosque.