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El profesor García Garrido, catedrático en la UNED de Educación Comparada, describe este hundimiento de la siguiente manera: "El espectáculo de unos países excomunistas apresurándose a renunciar a sus antiguas "virtudes" y a incorporar a sus sistemas educativos las estructuras menos igualitaristas de occidente fue casi patético. Llamaron la atención, muy particularmente, los nuevos Länder de Alemania Oriental, que ya a partir de 1991 se olvidaron de repente de su tan pregonada supremacía educativa para adoptar, sin apenas retoques, el modelo germano-occidental, tachado hasta entonces de segregacionista y clasista (y no sólo por ellos, sino por la gran mayoría de los socialdemócratas europeos). Sólo un año después, la exUnión Soviética se despachó con una Ley de Educación (la de 1992) en la que renegaba abiertamente de sus pretendidas ventajas anteriores y prometía la apertura de vías educacionales diametralmente opuestas, de inspiración neoliberal y mercantilista".

Fue en estos años cuando se preparó también la LOGSE española (1990), como colofón a las otras leyes socialistas (la LRU de 1983 y la LODE de 1985). En realidad, explica el profesor García Garrido, ninguna de las leyes educativas socialistas fue una ley de su tiempo, pues mostraban un importante atraso respecto a las tendencias en auge en los países desarrollados, en los respectivos años de su promulgación, y permanecían ancladas a principios, como el de la enseñanza integrada, que estaban ya en pleno descrédito.

Habrían de pasar 5 años para que, mediante la LOPEG, se llevaran a cabo algunas tímidas reformas al maximalismo doctrinario; retoques que ya se podrían haber hecho en 1990, ante la evidencia de que las cosas no iban bien y de que el sovietismo pedagógico había fenecido de muerte natural por ineficaz.

Las tendencias actuales en los países desarrollados, y en muchos emergentes, van en la dirección de políticas educativas de centro, moderadas ideológicamente, y tendentes a la concertación social y a un tratamiento paritario, entre el sector público y el privado, del sistema educativo. Todos ellos, incluso los del norte de Europa, de tanta tradición educativa socialdemócrata, avanzan, particularmente en la etapa de enseñanza secundaria, en la dirección de arrinconar los viejos principios del igualitarismo que aspiran, ingenuamente, a una utópica igualdad de resultados, y que dan como fruto la mediocridad generalizada y un aumento del fracaso escolar. España constituye, de nuevo, una excepción, pues en la LOE de 2006 apenas hay avances en la filosofía educativa que la orienta respecto a las leyes anteriores. Hace pocas semanas, la Sra. Esperanza Aguirre, Presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, anunció la creación de un bachillerato y de unas aulas especiales de excelencia, en esta comunidad, para alumnos de expediente académico en la ESO superior al notable, capacitados y trabajadores, que desearan someterse a unas mayores exigencias de aprendizaje con el fin de adquirir una formación sólida de cara a estudios superiores. Esta iniciativa, tachada de segregacionista, clasista y elitista por la misma corriente ideológica que aplaudía la Logse , sus postulados arcaicos y sus pésimos resultados se aplica, sin embargo, en numerosos países, desarrollados como EEUU, Reino Unido, Japón, Francia, Alemania, etc. y emergentes, como China, India o Brasil, con resultados excelentes. Y es que en estos países se ha comprendido que por encima de viejas consignas sectarias como enseñanza comprensiva, integrada y exclusivamente pública está el derecho del alumno inteligente y trabajador a que sus necesidades educativas sean satisfechas, y a que sus capacidades sean desarrolladas del mismo modo que lo son las del alumno torpe, y que castigar al buen estudiante con niveles bajos y falta de rigor no es más que una forma de ejercer sobre él la tiranía de la mediocridad. Consideran, por tanto, que si bien el principio de igualdad de oportunidades constituye, sin duda, el fundamento de una verdadera equidad educativa, no debe significar un obstáculo sino que, por el contrario, debe exigir el derecho al tratamiento diversificado. Han comprendido también que de lo que se trata no es de formar élites privilegiadas económicamente sino de que conciliando equidad educativa con excelencia, tratar de conseguir de cara al futuro recursos humanos de alta competencia profesional.

No cabe ninguna duda, creo, de que el desbarajuste educativo en que nos encontramos es debido a la aplicación de unas leyes basadas en unos dogmas ideológicos oxidados, obsesionadas en la aplicación radical del principio del igualitarismo escolar, descartado en Europa desde hace más de 30 años, y que obliga a una drástica bajada general en la calidad de los aprendizajes. Unas leyes aliadas a una pedagogía afín, que en la misma línea infantilizante, se afana en inculcar en el adolescente el conocimiento exhaustivo de todos sus derechos; de todos excepto uno, el más importante, que se le hurta y con él de toda posibilidad de avance hacia la responsabilidad: su derecho a conocer claramente cuáles son sus deberes. Una pedagogía, además, que con la intención de incrementar el éxito escolar, hay que suponer, extiende el modelo didáctico del aprendizaje lúdico, adecuado sólo para etapas tempranas de la formación, a todas ellas, y para conseguir que la escuela sea, ante todo, divertida, no duda en rebajar uniformemente los niveles y las exigencias hasta unos límites en que ya sólo es divertida para unos pocos y aburrida e inútil para la mayoría. Así se impide a esta mayoría, perfectamente capacitada, el aprendizaje de ideas y conceptos que en ninguna otra ocasión ni en ningún otro lugar se van a poder aprender, fundamentales para poder seguir formándose a lo largo de la vida, y que implican trabajos y esfuerzos cotidianos y perseverantes, no siempre divertidos. De ahí su fracaso. ¿No sería más eficaz, y mucho más justo, perseguir que la escuela fuera no "divertida" sino "atrayente" y que abandonando igualitarismos trasnochados multiplicara su oferta para que resultara atractiva, interesante y generadora de ilusión a los múltiples gustos, aspiraciones y facultades de la diversidad de alumnos?. Este es el camino que emprendieron hace años los países con sistemas educativos más eficientes y con menores índices de fracaso escolar. Y éste es también el camino que proponía la Ley de Calidad de 2002 presentada por el PP en tiempos del presidente Aznar y que Zapatero liquidó precipitadamente. De todo lo comentado se desprende la evidencia de la solución al problema; consiste, sencillamente, en cambiar estos planteamientos vigentes equivocados por políticas y prácticas educativas libres de obsesiones ideológicas, cuyo objetivo principal sea la calidad de los aprendizajes, y el uso de pedagogías de solvencia acreditada que apoyen firmemente, sin demagogias, al adolescente en su progreso hacia la responsabilidad y la libertad adultas. Que la sociedad elija, suyo es el derecho a la información veraz, suya es la decisión y suyo es el voto.