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Un anciano realiza una suma ayudado por una de aquellas primeras calculadoras con rollo de papel incorporado. Una vez acaba la operación correspondiente (suma, resta, multiplicación o división), arranca con delicadeza la hojita que lleva el resultado impreso y realiza de nuevo el cálculo pero ahora manualmente. Al preguntarle por qué lo hace, contesta ¿y si la máquina se ha equivocado? Seguro que esta persona –muy querida por mí– no era la única que se fiaba más de su destreza mental que de los nuevos aparatos que cada día iban sorprendiendo a toda una generación que recorrió buena parte del siglo pasado.

Esta pequeña anécdota que pretende ilustrar cómo se enfrenta, y apaña, cada uno a los constantes desafíos tecnológicos tiene múltiples versiones en la vida cotidiana de hoy en día. Por ejemplo, hasta no hace mucho, uno se dirigía a Correos o a los buzones amarillos tipo cohete y dejaba una carta y se iba con la confianza de que tarde o temprano llegaría a su destino. Vamos, que a nadie se le ocurría seguir los pasos del cartero para asegurarse de que el envío no se volatilizase. Es cierto que casos extraños ocurrían, porque el servicio no era tan infalible como Kevin Costner en "The Postman", pero era lo que había. Sin embargo, con la popularización del fax, ya desapareciendo en el horizonte, y el correo electrónico aparecen dudas. O al menos, esto es lo que constatamos casi a diario en nuestro periódico. Evidentemente en esta historia hemos de dejar de lado a los diestros cibernéticos.

Secuencia número uno: Un señor o señora pone un folio en una máquina que se lo traga y automáticamente le entra el agobio de si esos hilos han transmitido correctamente. Secuencia dos: Uno escribe un correo web, con o sin mensaje adjunto, y tras unos segundos nos aparece: enviado. ¿Seguro? Secuencia tres: La solución ante tan terribles incógnitas es llamar por teléfono. Así, las compañeras de recepción o los periodistas atendemos, de lunes a domingo, numerosas consultas del tipo: "He enviado un fax/correo, podéis mirar si os ha llegado".

Pero evidentemente no todo el mundo es tan desconfiado con los nuevos tiempos. Por ejemplo, hace poco más de un año el Gobierno español aprobó un decreto por el que las palomas mensajeras dejaban de tener un uso para el Ejército. La nueva era de las comunicaciones las jubiló. ¿Qué pensaría de ello el anciano que desconfiaba de la calculadora? Creo que esbozaría una sonrisa y pensaría: "Vale, pero ya las buscarán corriendo cuando el satélite o lo que sea falle". No en vano en su casa tenía un kit con velas que ponía "per si fuig sa llum".