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La protesta del Movimiento 15-M era previsible, porque de alguna forma debía expresarse la insatisfacción que existe en la sociedad desde hace tiempo. El paradigma de un joven con carrera universitaria y sin opciones laborales es preocupante. Las concentraciones espontáneas, y por ello no autorizadas, mientras no sean marco de actos violentos, han de ser aceptadas porque surgen de ellas voces, quejas y propuestas que merecen ser escuchadas porque habrán de formar parte del proceso de transformación social que está empujando esta crisis. Es evidente que la situación en España no puede equipararse a la de países del norte de África. Aquí hay una democracia, imperfecta, que puede mejorarse mediante la participación, un objetivo que no puede limitarse a una frase de campaña. La reforma de los criterios de organización y funcionamiento de los partidos políticos es una de las cuestiones que merece una reflexión. Por otra parte, las protestas no pueden cuestionar la labor y el compromiso honesto de miles de personas con la política, sobre todo de ámbito local. Interpretar la protesta, escuchar sus argumentos, ha de servir para que los partidos cambien sus dinámicas y sirvan mejor a los ciudadanos.