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Con sinónimos diversos y siempre muy expresivos el pueblo cristiano se refiere al cuidado y protección que la Virgen María ejerce sobre quienes le han sido confiados como hijos, según puede muy bien desprenderse de las palabras de Jesús en la cruz: Mujer, he ahí a tu hijo…He ahí a tu Madre (Jn 19, 26-27).

San Juan Bosco difundió muy ampliamente el título de María «Auxilio de los cristianos», expresión ya arraigada desde antiguo en diversos países de Europa, pero que la labor del santo fundador de los Salesianos hizo que se extendiera por todo el mundo.

En 1863 don Bosco erigía en Turín el gran santuario de María Auxiliadora. Dirigiéndose a sus alumnos y seguidores les decía: «Vamos a construir una iglesia magnífica a la Madre de Dios. ¿Cómo la hemos de llamar? La llamaremos María Auxiliadora. Hasta ahora hemos celebrado con solemnidad y pompa la fiesta de la Inmaculada Concepción y lo seguiremos haciendo. Pero además la misma Virgen Santísima quiere que la honremos con el título o advocación de "Auxiliadora"; los tiempos que corren son tan tristes que tenemos verdadera necesidad de que la Virgen Santísima nos ayude a conservar y defender la fe cristiana como en Lepanto, como en Viena… y será la iglesia madre de nuestra futura Sociedad y el centro de donde irradiarán todas nuestras obras en pro de la juventud. Ella lo quiere, y aquí vendrán multitudes inmensas a implorar el auxilio eficaz de la Santísima Virgen».

Don Bosco lo hacía movido por especiales manifestaciones recibidas de lo alto, como el mismo lo fue manifestando. Maravillosas gracias se han recibido en ese santuario de Turín. Se comprobó la eficacia de los consejos que él daba a los suyos en relación con la piedad mariana. «Tened -les decía- una grande, tierna, verdadera y constante devoción a María Santísima. ¡Si comprendieseis la importancia de amar de veras a la Virgen! Quiero deciros que la Virgen os quiere mucho, muchísimo, y sabedlo, ella se encuentra en medio de vosotros».

Contemporáneo de don Bosco fue el eminente historiador César Cantù, autor de una famosa Historia universal de 52 volúmenes, traducida a muchos idiomas, así como de otros estudios históricos y obras literarias. Por sus convicciones se vio incomprendido e incluso privado de cargos y emolumentos. En una de sus obras aparece un poema dedicado a la asunción de María en el que dice: Maria! nel sommo empireo / nostra tutela or siede; / dell'uomo i guai tu vedi / senti il pregar fedel (María, en el alto empíreo es ahora nuestra tutela, observa nuestras desdichas y escucha nuestra plegaria fiel). Tutela, tanto en italiano como en español, es palabra de origen latino equivalente a protección, guarda y defensa. A ninguna persona humana pueden aplicarse estos conceptos con tanto motivo como a la Virgen, madre de Dios y madre nuestra.

El amparo que en María encuentran los afligidos y los que se sienten turbados por haberse apartado de Jesús viene a ser una experiencia en la que se manifiesta de qué manera la Virgen es fiel a Dios y busca hacer desaparecer las infidelidades de quienes se han alejado de Dios. Un pensador cristiano (Gar-Mar) escribía: «Salvar almas es recoger del suelo diamantes caídos de la Corona de Dios; es estremecer de alegría el corazón de los ángeles; es hacer más gloriosa la pasión de Cristo». Este es, sin duda, un gran anhelo de la Virgen.

San Juan Bosco experimentó muy vivamente el amparo de María en la conversión de los pecadores y personas desviadas. Él lo comprobó ya, siendo un joven sacerdote cuando su director espiritual san José Cafasso le llevó al difícil ministerio de asistir a encarcelados e incluso a condenados a muerte. Don Bosco mismo nos lo afirma, diciendo: «Empezó por llevarme a visitar las prisiones». Quería que conociera directamente hasta donde se veían conducidos los jóvenes que se apartaban o desconocían una vida cristiana debidamente cultivada. Muy conmovedor fue para el joven sacerdote el caso de un joven condenado a muerte a quien supo acercar a Dios. Con él pasó toda la noche antes de su ejecución. ¡Terrible noche para ambos! Pero el amparo de la Virgen logró que aquel joven muriera confortado por la fe, la esperanza y el amor, habiendo exclamado antes: «¡Don Bosco, no me desampare; esté cerca de mí!». Todo ello le sirvió al santo educador para esforzarse durante toda su vida en poner bajo el amparo de la Virgen a tantos y tantos jóvenes.