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Por primera vez en 28 años, el día 11 los socialistas de Maó se sentarán en la oposición, y tendrán como portavoz en el Ayuntamiento a un Vicenç Tur que, en pocos días, tuvo que lidiar con una amarga derrota y con la traición de alguno de sus compañeros de filas. Tiene que ser esto último lo que más duela, pese al apoyo logrado después en el comité y la asamblea locales, cuando puso su cargo de secretario general a disposición del partido.

Es la cara y la cruz de la política en un tiempo vertiginoso, del peloteo de los que se arriman al sol que más calienta, al poder, a los que luego te venden por un puñado de votos. Pero el ya casi ex alcalde, que habrá madurado políticamente en un tiempo récord, también ha atemperado en cierta manera la opinión que puso por escrito en el informe que presentó a la dirección del PSOE.

La pérdida de votos de la izquierda en favor del PP no puede llevar a una crítica naif, a estigmatizar a un electorado que justamente ejerce su derecho a poner a cada uno en su sitio. El cambio, en un sistema con carencias como el no contar con listas abiertas, para poder descartar precisamente a los que viven del cuento, que no de ejercer un noble oficio como debería de ser la política, es de lo más sano que puede ocurrir en democracia. Y esos votantes huidos no deberían ser menospreciados, sino convertirse en un reto.