TW
0

Oigo los cantos infantiles resonando por la placeta de San Roque. En la fuente central de la plaza, con pintorescos cántaros que alguien esculpió sobre la piedra viva, larga cola de amas de casa con sus cubos para llenar de una agua no potable, pero si para lavar la ropa de la semana y fregar, cacharros y suelos.

Dicen, que hablo demasiado de aquel pedacito de mi ciudad. Dicen que me repito con aquellas callejuelas, pero también me han dicho y me han felicitado por sacar a la luz el Barrio. Mi barrio. Nadie lo hizo, ni se atrevió con anterioridad. Tal como dijo Andrés, alma de la radio de Es Castell: Guideta, eres muy valiente. Pues sí que lo soy. Que más da lo que digan, si mi alma goza con ello. Se quiera o no, las calles de las santas como se las llamó, merecían esto y mucho más. ¿Acaso no pertenecen a la ciudad? ¿Tal vez, en el resto de Mahón hubo más de lo que se ha callado? Tuve la suerte de poder escuchar historias relatadas por criadas y lavanderas de casas, donde los desmanes con los italianos fueron espectaculares, de abortos de viudas que debido a su condición, no podían continuar envant. Y sin embargo siempre se lo cargaba Es Barrio.

Aquel pedacito de Mahón, disponía del cabaret El Trocadero, El Petit Cabaret, La Macarena, El Rancho, El Gato Negro, Bar Celeste, la taberna de Policarpo Trinidad…que en 1960 se convirtió en el bar Miami, regentado por Lolita Aymerich y su esposo, padres de mi querido Pedro Iglesias, al que vi nacer y a su hermana Nanda que tanto quiero. En la otra esquina, de San Sebastián con Santa Rosa, al cerrar Na Luz, se abrió La Florida.
Se encontraba la peluquería conocida por Mi Salón. Con el tiempo en el mismo cartel se añadió, de Paquita y Enrique. Se encontraba en la esquina de la plaza de San Roque con la de Santa Teresa, rotulada con el número 1. Un viejo caserón de planta baja, primer piso y un amplio porche, un inmenso sótano que tenía su entrada por la calle de la Guardia Civil. Lo recuerdo con enormes arcadas, cisterna y pilas para lavar, en otro tiempo, debieron hacer las veces de menjadores i bevedores de bestià.

En aquel domicilio vivía el matrimonio Gonzalo Marcos Sánchez de Mijas, su esposa Catalina Bonet Bonet de Ibiza. El pertenecía al cuerpo de Carabineros, tenían cuatro hijos: Cecilia, Esperanza, Francisca y Fermín, éste, a través de los años ha sido muy querido, por cuanto representó en el mundo del fútbol.

Antes de dar comienzo a Mi Salón, es preciso remontarme al pasado siglo, cuando nació el mundo de la peluquería comercial, anteriormente podría decirse era casolana. En las grandes capitales se abrieron salones de peluquería, con productos específicos para el pelo. Había llegado la revolución del nuevo siglo, las mujeres se incorporaban a nuevos menesteres trabajando en fábricas y talleres, oficinas entre las mismas, el oficio de telefonista era una cossa grossa, preciosa.

También cambió la vestimenta femenina, más acorde para salir de casa. Vestían trajes chaqueta, estilo sastre, vestidos camiseros adornados con puntillas y lazadas en el cuello, intentando no perder la feminidad. Las revistas no dejaban de mostrar las nuevas tendencias, evolucionando hacia la comodidad, cortando el pelo como los hombres, surgiendo el estilo "garson". Decían los entendidos que con aquel aire moderno se identificaban las mujeres, atrevidas, emprendedoras, independientes y modernas. Mientras los mayores acataban el cambio de sus esposas, hijas o nietas refunfuñaban diciendo… "sa cua fa s'ocell, no sabem a on anirem a parar", contrariados con la evolución.

Francisca Marcos Bonet, fue una adelantada a sus tiempos. Lamentablemente ignoro donde aprendió los primeros pasos de peluquera. En los años veinte se trasladaban a nuestra ciudad profesionales de Barcelona, alquilaban una habitación, lo que se conocía como "rellogada", permaneciendo una temporada. Es posible que Paquita fuese discípula de una de ellas.

Decidida y con las credenciales "ben estirades dels seus pares", abandonó Mahón con uno de aquellos vetustos vapores de la Trasmediterranea. Su destino, la capital de España. Fue su propio padre, quien se informó de la Academia donde su hija aprendería el oficio al que se dedicó en cuerpo y alma. "Na Paquita va ser una gran peluquera". El paso por la escuela, dejaría huella en mi admirada amiga, encontrándose con un grupo de señoritas procedentes de toda España, en busca de un aprendizaje serio y eficaz, donde poder obtener el título de tratamientos de belleza. Comprendía, peluquería, manicura, pedicura, depilación, técnicas de maquillaje I Déu sap què més.

Su disciplina la llevó a la obtención de infinidad de títulos que a lo largo de su carrera profesional, se encontraban en su local, siendo maestra, "com més envant aniré explicant.
En Madrid, aprendió el oficio, en va pasar de verdes i de madures. Trabajó mucho, pero mereció la pena, tanto, que su maestra al darse cuenta de su capacidad la eligió como ayudante particular cada vez que debía desplazarse al Palacio Real, para arreglar a la reina Era la esposa de Alfonso XIII, y a sus hijos. Haciéndola partícipe en su trabajo, ayudándola, un verdadero honor para nuestra paisana, que fue tan modesta, que muy pocas fueron las veces que habló de ello, evitando toda publicidad.

Años después, recordaba la llegada a la gran ciudad, el Madrid bullicioso, con sus tranvías y coches por doquier. Vivió realquilada con otras jóvenes de diferentes provincias que acudieron a la misma academia, con tal de aprender com Déu mana s'ofici, sufrió la lejanía de su familia de la cual jamás se había separado.

Regresó y montó su sueño. Sus padres le cedieron la mejor habitación de la casa, la alcoba que daba a la plaza de San Roque. Instaló un mueble con un gran espejo y varios estantes incorporados, donde depositar cepillos, peines, bigudíes, pinzas agafes, tenacillas, frente el cual se sentaba la clienta. Pero antes se le había lavado la cabeza en una palangana sujeta a un armazón. Lo de lavar el pelo era un auténtico ritual. Primero calentar ollas de agua en el fuego de carbón. Depositándolo en jarrones de aluminio que por medio de una especie de piña o regadora, mojaban la cabeza, enjabonándola con modernos champús, depositando caseras mascarillas a base de huevo batido o sumergiéndolo con cerveza. Recuerdo perfectamente haber ido a casa Mando, el tendero de la esquina a comprar un botellín de cerveza, entregándola a la oficiala al llegar a ca sa pentinadora.

Pasó el tiempo. Finalizó la guerra y a pesar de que se vivía con austeridad el 26 de julio de 1940, día de Santa Ana, en Villa Carlos se celebró un reñido partido de fútbol. Paquita, que siempre había vivido muy de cerca este deporte, junto a unas amigas acudió al campo villacarlino, para presenciar un reñido partido. Jamás hubiera podido imaginar que iba a encontrarse con Enrique Bes Maciá, natural de Tarragona hijo de payeses senyors de lloc de Batea, que aun en la actualidad Tomas Bes Marcos conserva la casa predial de sus antepasados.

No dudo, que fue un flechazo, muy pronto se casaron y al año nació mi amigo del alma, mi querido Tomas, al que después de 55 años nos hemos encontrado gracias a su primo Gonzalo Marcos, jefe de la policía de Es Castell. Créanme la historia es apasionante y, si Dios quiere, continuará.
–––
margarita.caules@gmail.com