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Soy consciente de que los nuevos gestores de nuestros intereses (me refiero a los intereses de los habitantes de Maó-Mahó-Mahón, o como quiera que acabe llamándose nuestra ciudad) no han tenido tiempo siquiera de colocar su pisapapeles favorito sobre la mesa. No es mi intención por tanto tocar las narices. No obstante, si se me permite, me gustaría comentar algunas ideas que me asaltan, debido sin duda al exceso de tiempo libre que me depara la atonía en que está sumida la temporada turística por estos lares.

Los últimos años nos han enseñado que la estrategia del no hacer, apostando por el axioma según el cual "el que nada hace no puede cagarla", se ha demostrado inoportuna: no era axioma, sólo una hipótesis falsa. De aquellas pausas prolongadísimas heredamos ahora ciertas prisas. Un año más sin savia y la planta morirá.

No creo pecar de osado si aventuro que el nuevo edil encontrará la caja de caudales más repleta de telarañas y agujeritos que de tesoros. Hay que intentar en este caso ir actuando sobre medidas que no cuesten dinero público a la espera de que el oro vuelva a fluir (escenario difícil de imaginar pero que posiblemente sucederá, aunque más tarde que temprano)

Una actuación barata pero rentable sería agilizar la tramitación de permisos para que la iniciativa privada retome los proyectos que tan absurdamente han sido denegados o archivados durante años. Nadie quiere destruir nuestro entorno. No hablo de urbanizar, hablo de impedir que sigan pudriéndose edificios. Hablo de permitir que las ruinas se conviertan en hoteles y apartamentos de calidad. Hablo de dar facilidades a los inversores en vez de administrarles las zancadillas que se han recibido hasta el momento.

(Aprovecho para rebatir la tesis del señor Tur según la cual los que hemos cambiado el sentido de nuestro voto lo hemos hecho en clave nacional. Yo diría que la clave es muy local. Cambiar de voto no significa cambiar de ideología. Dejar que se pudran los asuntos sin tomar cartas determinantes en ellos no es de derechas ni de izquierdas, es simplemente un error garrafal que en nuestra ciudad ha traído consecuencias desiguales para la economía de los administrados y los administradores. Eso tampoco es de derechas ni de izquierdas, es simplemente injusto)

Siguiendo con el hilo: desmantelar los depósitos de cala Figuera no pienso que sea cuestión de disponer de enormes sumas de dinero. En todo caso llevan una cantidad injustificable de años ocupando un espacio que podría ser productivo (por ejemplo un aparcamiento de varios pisos que resolvería definitivamente el problema de esta zona del puerto) sin que nadie se decida a acometer un plan al respecto. Se trata de otra ruina en un lugar privilegiado. Quizás la iniciativa privada encontrase atractivo el asunto. Una variante del despilfarro es dejar que un potencial valor se oxide. (Hablando del puerto y sus problemas abro otro paréntesis: los comerciantes y hosteleros del Moll de Llevant, cansados de la falta de interés del Ayuntamiento y la Autoridad Portuaria, planean actividades dinamizadoras a su costa. No piden dinero. Sería de agradecer que el nuevo ayuntamiento les facilitase las cosas, mostrando así un contraste con el pasado. Pedirán solamente la peatonalización de ese espacio durante los días y las horas que duren las actividades. La zona en la que hay consenso entre los comerciantes es desde la Cuesta de Corea hasta la Cuesta de Reynes, y si se limita a estos puntos no se impide la circulación en el resto del puerto, en el que al parecer hay menos consenso al respecto. Cierro paréntesis)

Otra actuación urgente es la relativa a los precios de los billetes de avión y la de los amarres. Ignoro si afrontar estos dos asuntos cuesta mucho dinero. Son temas complejos. He oído voces que proponen incluso el alquiler de aviones para traer pasajeros a precios bajos. En cualquier caso es algo que hay que afrontar si queremos remontar el vuelo (nunca mejor dicho). Lo de los amarres tampoco sé cómo se arregla, pero si sé lo que está perjudicando a la economía del puerto la justificada fama que hemos tomado de ser irrazonablemente caros.

Por último propongo que se contrate a Hercules Poirot (quizás acepte el encargo a cambio de una buena caldereta) para que encuentre el ascensor del Moll de Llevant que sin duda se encuentra perdido en algún almacén desde hace quince años, y cuando lo encuentre podremos saciar nuestra curiosidad de ver cómo es y aclamarlo como la infraestructura más falsamente prometida e ingenuamente esperada de nuestra era.