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La celebración de las fiestas de Sant Joan se ha acomodado en el calendario como una fecha clave del año, días de tregua obligada y agradecida que marcan ciclo colectivo y memoria personal. La cita, convertida en icono de tradición, forma parte de la personalidad y esencia del pueblo de Ciutadella y su carisma seduce a cuantos la conocen, pocos acontecimientos populares generan tanto atractivo o provocan un seguimiento tan masivo. Hay, por tanto, un motivo de legítimo orgullo por haber situado la convocatoria santjoanera entre las fiestas singulares que gozan de especial celebridad.

La entrega a esta llamada ha de entenderse, por tanto, como una sana costumbre avalada por generaciones y, en el actual contexto, aconsejable pausa de desconexión de las preocupaciones que condicionan la vida sociolaboral. Hay quien atribuye un efecto de catarsis a la explosión colectiva y al acelerado pulso de la riada humana que se forma en torno a caragols, jocs y resto de eslabones que construyen la fiesta. Sin embargo, ni el orgullo, ni la celebridad ni la catarsis justifican el descontrol o la falta de civismo que en ocasiones desvirtúan el auténtico espíritu festivo. Se impone, pues, disfrutar con alegría y mesura.