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Asistimos con indignación, preocupación y (casi) impotencia a un proceso global hacia el abismo que no tiene trazas de detenerse (¿o sí?).

a. Nos indigna lo mismo que a los llamados indignados indigna, pero aunque la verdad esté en la calle, el cúmulo de poderes que poseen algunos es tal hoy día, que les da lo mismo y (casi) da lo mismo.

Reflexionaba yo estos días de pseudoelecciones, sobre las acampadas. Había en ellas gente que trataba de esbozar algunas ideas, lo que pasa es que al final cuando éstas se agotan -sobre todo por la desproporción en el juego de fuerzas- se acaba haciendo la revolución, ruedan cabezas de culpables (y también de inocentes) corre la sangre a raudales y una vez más los de siempre que consiguen salvar el pellejo, comienzan a "recolocarse". Total: reflujo de la revolución y vuelta a empezar. Eso sin contar, en este caso concreto, con inclusión en las filas de los recolocados de una figura de nuevo cuño en el periodo post-revolucionario: la del "indignado profesional". En Egipto, por ejemplo, en que ha triunfado el movimiento asambleario ya están todos recolocándose como buitres. ¿Y qué pasó en España con la tan cacareada Transición?

b. Nos preocupan muchas cosas; nos preocupan, entre otras: Los lobos con piel de oveja y las ovejas con piel de lobo.

Los potentados repartiéndose el botín en un salón con moqueta roja hasta las cejas (encima cachondeo).

Ese: ¿Ah, pero hay pobres? de algunos, contemplando el panorama desde la borda de sus yates de 200 metros de eslora por 200 de manga ((¡ahí va, me sale cuadrado, no, no, 200 metros de manga no, menos!).

La competitividad inoculada en las relaciones laborales, sustituyendo al buen hacer y comportarse de (algunos) empresarios y trabajadores; sustituyendo también ésta a la prioritaria calidad de los productos y las buenas relaciones entre los agentes sociales.
El despido (casi) libre impuesto por poderes (casi) omnímodos después de que la izquierda social y política perdiera el norte hace ya muchos años. La palabra revisionismo flota en el ambiente aunque no sea izquierdamente correcta.

Que un genuino responsable del sistema, como (era) el (ex)presidente del FMI, al margen de sus libidinosidades, viviera en un apartamento de 3.000 dólares y se llamara socialista, aclara muy bien el mundo en que vivimos.

Que la Merckel, o al menos alguien cercano, diga que los pepinos españoles son malos y ¡hala! nadie compra pepinos. ¡Aaaah el Poder!

¿Se morirá el movimiento indignado por falta de apoyo de los que han comprado el cupón de los ciegos y encumbrado al Príncipe de las Tinieblas? De momento parece que no. Y yo me alegro. Veremos.

Y hablando de ciegos. Nos preocupan muchas cosas, digo, pero la que más es la ceguera de algunos, "no hay peor ciego que el que no quiere ver", dice un adagio castellano. La ceguera de los que han provocado esta crisis sin preocuparse de su alcance; de que puede precipitarnos al abismo, a ellos mismos incluidos. La ceguera, por ejemplo también, de los que se están cargando el planeta. Léase los contaminadores de la atmósfera o los que están acabando con las selvas del Amazonas.

La ceguera, en suma, de ese saco sin fondo que es el afán de lucro, como esencia filosófica del sistema, que ya no es siquiera inmoral, sino amoral. El afán de lucro, digo, ese discurso de valores (¿valores?) dominante que ha contaminado al mundo mundial.
Se dice que los indignados no poseen un discurso trabado y tal. ¿Cómo lo van a poseer ante la prepotencia jurídica y real de los poderosos? Sólo pueden (podemos) exhibir (de momento) su (nuestra) (casi) impotencia. No basta el ingenio para superar el momento ¡hay que ser un genio! y de esos nacen pocos, y si hoy queda alguno los mediocres que nos dirigen no les dejan salir en la foto.

Con todo, bueno, bueno, ya veremos.... parece que la cosa se mueve.

Se preguntaba el malogrado Carl Sagan: ¿Estará toda civilización tecnológica abocada al holocausto nuclear? ¿Habremos de darle la razón? Espero que no.
De todas maneras que nadie se sorprenda de lo que está ocurriendo, ya lo profetizaba ¡nada menos que hace treinta años! Joaquín Estefanía Moreira (La Trilateral Internacional del Capitalismo, Madrid, Akal, 1979). Los que leímos el libro entonces, pensábamos que lo que predecía este autor era pura ciencia-ficción, pero sorprendentemente se han ido cumpliendo sus vaticinios.
Una vez más, sálvese quien pueda (de momento).
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