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Las vacaciones "low cost" de una ministra en el Lazareto han suscitado una doble polémica. Primero, porque hoy aún sigue siendo imposible que los menorquines podamos acceder al magnífico edificio de principios del siglo XIX y, segundo, por el supuesto privilegio que implica su uso exclusivo para funcionarios del ministerio y también para el poseedor de la cartera. Al parecer pronto será una realidad que el antiguo recinto de cuarentenas vuelva a ser visitado por los menorquines aunque algunas voces reivindican que pase a ser gestionado desde la Isla y no desde Madrid. Será que no tenemos ya bastantes edificios que se caen a trozos por falta de financiación y pocos generales para ponerse al frente. Seguramente lo mejor que puede pasar es que el Ministerio siga siendo el billetero.

Por otro lado, los indignados han puesto el foco en los privilegios de los políticos y aunque de vez en cuando es bueno que así se haga, otra cosa es que el juicio a los políticos se reduzca a esto. Centrarse sólo en esta cuestión nos llevaría a estar perpetuamente al albur de la envidia más peregrina y a recuperar el espíritu inquisitorial. Otra cosa es que la ministra que disfruta de un edificio exclusivo sea la promotora de una Ley de Igualdad que está condenada a terminar como la granja de animales de Orwell, donde todos los animales eran iguales, pero algunos más iguales que los demás.